Capítulo IV. Dulces de Mantequilla
Me encontraba en la oficina de "La pontífice", con dos cajas vacías de kleenex frente a mí; más la tercera que ya estaba a punto de terminarse.
Su lugar de trabajo era como si hubieran importado pequeños objetos religiosos de cada parte del mundo, se los hubieran dado a comer a un padre, para que después los vomitara por todas las paredes.
"Siempre me siento dentro del confesionario del tio chueco en opioides", pensé.
Jazmín estaba sentada a mi lado con una bolsa repleta de dulces de mantequilla, para tratar de levantarme el ánimo. Llevábamos casi dos horas ahí sentados, manteniendo el silencio incómodo de hace unos minutos.
Mi jefa no despegaba sus ojos de mi, seguía sin saber qué decir, hasta que una llamada a su extensión, interrumpió sus pensamientos.
—¿Sí diga?...ella habla —contestó con la voz rasposa—. Ajá, está aquí conmigo. No creo que sea un buen momento oficial.
Mi jefa me miraba con mayor intensidad, lucía un poco alterada.
—¿Qué quiere decir? —preguntó—. ¿Habla en serio?, no lo puedo creer... —dijo mientras pasaba su mano por su cabello rizado—. Muchas gracias señor, lamento la noticia. Hasta luego.
"La pontífice" colgó el teléfono, llevó su mano a su boca y nos miró fijamente.
—¿Qué pasó Esmeralda? —le preguntó Jazmín a nuestra jefa por su nombre.
—No estoy segura que quieran escucharlo —nos dijo un poco molesta.
—Queremos saber, por favor —le dije removiendo mis lagrimas de mi cara.
—Tal parece que el supuesto candidato es hijo de un "politiquillo" rico, por eso se atrevió hacer lo que hizo. Vinieron por él en una camioneta negra y se lo llevaron antes que la policía pudiese interrogarlo.
—¡Hay Jesus Cristo!, no puede ser... —dijo Jazmín.
—No importa, mientras no lo vuelva a ver nunca en la vida —les dije al sonarme la
nariz—. Por mi puede irse lejos...
—De verdad estoy furiosa, ¿cómo es posible que la gente se salga con la suya?
—En México todo es posible, pero Diosito se encargará de él... —le contestó Jazmín.
—No tiene vergüenza este tipejo —dijo Esmeralda chocando sus dientes.
—Iré empacando mis cosas —le dije.
—¿De qué estás hablando Daniel?
—Me va a despedir, ¿no es así?
—¿Despedirte?, de ninguna manera. Yo lo hubiera arrojado por la ventana.
—Pero dije más groserías que Roberto Palazuelos.
—No te voy a correr solo porque reaccionaste como cualquier otra persona lo hubiera hecho. Hay que darse a respetar sin importar lo que digan. Sé que puedo ser extremadamente propia y correcta; pero tú y yo quedamos en algo desde que ingresaste al corporativo. ¿Lo recuerdas?
Me le quedé viendo unos instantes sin decir nada.
—Jazmín, ¿puedes salir un minuto
por favor? —le dijo Esmeralda.
—Si esa es su voluntad —dijo Jazmín, forzando un tono triste, mientras se ponía de pie.
—No pasa nada, somos mejores amigos Esmeralda, ella lo sabe todo —le dije.
Hubo un breve silencio y Jazmín volvió a tomar asiento.
—De acuerdo —dijo Esmeralda al acomodar su trasero en su silla por quinta vez—. Cuando ingresaste aquí y me contaste lo de tu diagnóstico. Te dije que te defendería a toda costa. Sabes que somos de las pocas empresas que no tenemos ningún tipo de estigma ante la condición con la que vives y, en lo personal, yo creo, que la discriminación es para analfabetas. Tú eres un extraordinario reclutador, un verdadero profesional y una persona con principios; aunque a veces se te chisporrotean dos que tres palabritas.
—¿Acepta crédito para pagarle la cantidad de groserías que le debo? —le pregunté.
Esmeralda hizo un esfuerzo por no dejar salir una carcajada. Hasta me hizo sentirme mal por burlarme de ella casi todo el tiempo.
—¡Hay Daniel!, tú siempre tan ocurrente. No tienes que pagarme nada. Lo que te quiero decir, es que... este virus no te define y siempre has sido un muchacho con excelente actitud ante la vida. Siempre vas a contar con nuestro apoyo...
—¿Tiene más cajas de Kleenex? —le pregunté al soltar unas cuantas lágrimas más.
Esmeralda sonrió y sacó otra caja de su escritorio.
—Gracias —le contesté.
—Ahora, sé que es mucho pedir, pero quiero que te relajes y ambos tomen el día.
—¿De verdad? —dijo Jazmín emocionada.
—Sí Jazmín, necesito que estés con él y le ayudes a sentirse mejor. Es más, si me lo permites Daniel, ¿puedo proponerte algo?
—Sí, claro —le dije.
—No tiene que ser hoy, eventualmente, pero quiero que conozcas a alguien.
Me quedé un poco estupefacto por lo que acaba de decir. "¿Qué clase jefa hace esto?".
—Esmeralda, te lo agradezco, pero, creo que ya toqué fondo tratando de descubrir al amor de vida. Encontrar a alguien que me acepte con mi condición, está difícil, solamente ustedes.
—Lo sé, lo sé. Solo te pido una cita con él y ya, te prometo que no te vas arrepentir.
—Disculpa la pregunta, pero... ¿Qué hace de especial a esta persona y porqué me interesaría conocerlo después de lo qué pasó hoy?
—Bueno, eso es fácil, es enemigo de la ignorancia y lee demasiado. Ha tenido experiencias con personas que viven con VIH y conoce el significado de la palabra: serodiscordante.
"Me encanta la enorme explicación de "La pontífice" para evitar decir: No es ningún pendejo".
Jazmín y yo intercambiamos miradas e hicimos las mismas expresiones escépticas, cuando por error vemos televisión abierta.
Al mismo tiempo y sin despegar nuestros ojos de ella, le quitamos la envoltura a uno de los dulces de mantequilla y no lo comimos muy lentamente.
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