Ya lo he intentado mil y un veces, he hecho de todo y nada me funciona. Tal parece que eso del amor, no es para mí.

Quizás me criaron cuando alguna secta satánica sacrificó vacas en plena carretera o algo por el estilo. De plano, las cosas iban de Guatemala a Guatepeor.

"Pues equis", no pasa nada, ya no tengo 15 años para andarme flagelando por esas cosas y tampoco he sido una santa palomita para decir: —Qué mal me ha tratado la vida—.

Pero aquí estoy, de vuelta en el Café Penélope, sentado frente al participante número 679, del temible mundo de Tinder y su red de personas que se hacen pendejas, al decir que: "no están ahí por sexo".

Quienes juran que es solo para: "hacer amigos". "Ajá, claro, son mamadas". Llevo casi una hora platicando con Mariano, un chavo guapísimo de mi edad, quien está convencido que va a coger conmigo. 

—¿Qué plan tienes para esta noche Daniel? —me preguntó con ojos de: "Te quiero comer hasta lo que no se debe".

Yo ya había perdido el interés. "Qué ingenuo y tonto fui al creer que podía toparme con alguien serio en Tinder. Pero, ¡bien que me quejo de la gente que lo usa!", pensé.

Él continuó haciendo sus preguntitas con una disque voz sensual de colombiana.

—¿Tienes que regresar a tu casa temprano?, mis papás no están y podríamos...

"No digas ver una película... no digas ver una película... ", me dije a mí mismo.

—Ver una película.

"¡Maldita sea!, ¡pinche puta! ¡Le valio madres! ¿Por qué todos los que me gustan hacen eso!, ¡usan a las películas como excusa para coger? ¡Esta es la primera pinche cita! ¿Qué culpa tiene el cine? ¡Me lleva la chingada!", grité en mi cabeza mientras le sonreía con sarcasmo.

—¿Bueno, que dices?, podemos pasarla
bien —me dijo al acariciar mi pierna con su pie por debajo de la mesa.

—Tengo VIH —le contesté fuerte y claro.

Y así, como en esa escena de la película de Indiana Jones cuando se les derrite la cara a los Nazis. Pude ver cómo la fina y respingada piel de Mariano se "ponchaba" como globo de payaso.

Su boca con sed de sexo, se convirtió en el hocico de un pitbull, como los cachetes de Elba Esther Gordillo. Me estaba meando de risa.

"¡Cómo quisiera grabar cada una de estas reacciones y hacer un canal de YouTube!", pensé.

—Emmm, ede...jem —decía Mariano incoherente, manteniendo sus ojos abiertos y con su mandíbula colgada hasta su ombligo.

"¡No puede ni hablar el imbécil!, creo que se me empieza a notar la risa en mi rostro. Ya no puedo más, voy a soltar la carcajada", pensé.

—¿Hablas en serio? —por fin dijo con dificultad.

—¿Por qué haría una broma de esto?, ahora, te voy a ahorrar la pena. Sé que no estás aquí porque te intereso, bueno, no te intereso en el sentido de tener una relación formal. No es tu culpa, el pendejo fui yo por: "darle chance" a esta puta aplicación. Ya puedes irte, yo pago la cuenta, órale... llégale.

Mariano se me quedó viendo cuál rubia pendeja después de haberle hecho preguntas de geografía.

—¡¿Qué?!, ¡ya vete!, no perdamos más el tiempo —le dije subiendo un poco mi tono de voz.

Y como cualquier mortal hubiera salido corriendo, al escuchar al presidente Peña Nieto tratando de hablar inglés, Mariano se puso de pie, tomó su mariconera y se echó a correr como rata por la calle.

Me aseguré que estuviera lo más lejos posible para girar mi cuerpo y llamar al mesero.

—La cuenta, si es tan amable.