CHARLOTTE
Tú, solo tú sabes lo que es sufrir, sabes lo que es despertar con lágrimas desgarradoras cuál lava. Sin embargo tú, no conoces el miedo a la mirada que te guarda el espejo.
Lo sé, estoy paranoico, pero no me llames loco. Yo no elijo tener esos temblores repentinos, o revivir sus gritos desesperados, o recordar su rostro azulado soltando su último suspiro. Perdóname, ¡oh, mi amigo! Perdóname, yo no pedí ser esto.
—Tus ojos se cristalizan como tu alma —un murmullo, no, un susurro—, estás condenado a cargar con el testimonio tardío, Shawn —¿cómo sabía mi nombre? ¡No! ¿Qué era esa voz?
En la entrada de mi departamento tiré mi bufanda al suelo con desdén, aún recuerdo como a oscuras en el espejo redondeado parecían asomarse dos lucesillas, mirándome fijamente.
—Despierta, Shawn —los susurros se intensificaban el volumen—, ¡no puedes huir de la verdad! ¡NO HUYAS!
Silencio... De pronto estaba con... ¿Alack? Sí, tú: mi mejor amigo, ambos tomábamos café en tu sala, ¿qué sucedió?
—Ya han pasado dos meses desde que mi hija... Ya sabes —decías, con una sonrisa forzada, sosteniendo con firmeza tu taza—, y realmente te agradezco el haberme apoyado... —tu voz se nublaba.
No oía, ¿qué sucedía? Observé mi taza de café; rojo, el líquido era rojo. "Hablaras...", de nuevo la voz susurrante. Ya no pude más.
Lo siento, Alack. Soy débil, por eso antes de saltar te escribo esto, una carta, carente de cordura. Cordura, aquella que no tuve... al asesinar a tu hija.
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