—Ben... Ben...

La mano que acariciaba su cabello era tan cálida que no quería abrir los ojos, se removió un poco y murmuró algo incomprensible, escuchó una risita ahogada y lentamente tuvo que volver a la realidad.

—¡Señor Harl me hace cosquillas!

Ben levantó su cabeza sobresaltado, se había dormido sobre el abdomen de la muchacha, un poco avergonzado observó a Lena que lo miraba con una sonrisa radiante, tenía el cabello revuelto y la ropa que llevaba estaba toda arrugada.

—Lo siento, parece que me he dormido— miró por encima de su hombro y luego preguntó —¿Qué hora es?

—Las seis y media, aún tiene tiempo para prepararse para la escuela.

Lena se sentó en el sillón y luego con pesadez se levantó.

—Ben, ¿dónde está el baño?

—Por allí— señaló la puerta y luego requirió  —¿Te encuentras bien?

—Perfectamente señor.

Lena tomó su ropa que ya se encontraba seca aún extendida sobre una de las sillas y se dirigió tranquilamente hacia el cuarto del baño. Ben se levantó de su asiento y fue hacia la cocina, puso un poco de agua a calentar, buscó unos saquitos de té y preparó dos tazas. Cuando Lena salió del baño y llegó a su lado, dejó a su cuidado el agua que estaba calentándose y él mismo fue para asearse.

Minutos después ya ambos se encontraban en la mesa disfrutando de un pequeño desayuno.

—Lamento las molestias causadas, Ben.

—No molestas, ya lo he dicho antes, puedes venir cuando quieras— hizo una pausa y luego continuó —La verdad es que no conozco a nadie y tu compañía no es mala para mí, así que está bien.

Lena sonrió y luego pareció recordar algo importante, el reloj ya marcaba las siete y veinte de la mañana, así que cuando ambos terminaron de comer, levantó las tazas y demás y las llevó al pequeño fregadero para lavarlos.

—Debo pasar por mi casa para ponerme el uniforme.

Ben terminaba de colocarse el saco y guardar unas libretas, asintió y ambos caminaron hacia la puerta. Él se quedó estático cuando al salir observó la madera desde el exterior. Grandes rasguños marcaban la entrada de su morada, sin embargo la joven lo sacó de su trance al apoyar su mano sobre uno de sus hombros.

—Hizo bien en no dejarlos entrar, vamos, se hará tarde.

Ben terminó por cerrar la puerta y caminar junto a ella, pronto se encontraron adentrándose entre las casas y detuviéndose ante una gran multitud, se miraron al mismo instante y luego comenzaron a avanzar hacia ella. Ben se sentía bastante incómodo con aquellos ojos inquisidores que parecían juzgarlos, algunos mostraban sorpresa y otros eran más tenebrosos; Lena, por su parte, estaba bastante alterada y no necesitó abrirse paso para llegar hasta su hogar, las personas se alejaban de ella apenas entraban en contacto y pronto el psicólogo vio como echaban a correr hacia una de las casas.

—¡Mamá, mamá!— gritaba.

Gerald estaba afuera, sus ojos rojos y sus mejillas mojadas, al oír a su hija se fue hacia ella con una furia incontenible.

—¡Es tu culpa! ¡Todo es tu culpa!

Ben tuvo que ponerse en su camino para detener el golpe que el hombre estuvo a punto de propinarle. Gerald dio un paso hacia atrás y luego lo señaló.

—¡Todo es culpa de ustedes! ¡Los forasteros hicieron que ellos volvieran! – luego dio otro paso hacia atrás y rompió en llanto —, no los quiero cerca de mi hogar, ustedes están malditos.

Ben observó a Lena, la mirada de la muchacha parecía perdida, sus ojos miraban hacia arriba de ellos, allí, Dina se balanceaba desde el balcón, se había ahorcado.