VII
—¿Puedo jugar con ustedes?
Los tres niños que estaban jugando a que hacían tortas de barro mientras reían, observaron a la intrusa. Lena había llegado al vecindario hacía solo dos semanas atrás y aunque a la vista de cualquiera podría ser una niña muy tierna y bonita, para sus vecinos era alguien digna de vivir allí. Demasiados rumores sobre la iglesia que había sido cerrada dos días atrás y sobretodo de las monjas que fueron a la hoguera.
—No queremos jugar contigo.
La pequeña los miró un poco confundida, ella se había puesto ropa bonita, también se había peinado y había dicho lo que su padre le había aconsejado. Pasó la lengua sobre sus labios y pronto estuvo repitiendo la misma pregunta con la esperanza de que esta vez le dieran una respuesta afirmativa.
—¿Puedo jugar con ustedes?
El mismo niño que le había contestado anteriormente, volvió a mirarla con molestia, esta vez se puso de pie y empujó a la rubia solo unos centímetros.
—No vamos a jugar contigo.
Lena mordió su labio inferior, mientras sus ojos se posaron sobre los del niño, completamente inexpresivos.
—Vas a morir dentro de dos días, el caballo del señor Rawson pateará tu cabeza.
—¡Lena!
Los niños la miraron extrañados y pronto huyeron de allí, dejando a la rubia bajo la mirada reprobatoria de su padre.
—Debes ser amable con los demás niños Lena, tienes que hacer amigos— Gerald observó que su hija estaba a punto de llorar, así que simplemente tomó sus manos y la llevó a casa —. Haremos una rica cena. ¿De acuerdo?
Dos días después habían golpeado la puerta de la casa descubriendo a Strof anunciando que el pequeño Tommas había sufrido un gran golpe en su cabeza por el caballo de un vecino. Nadie pudo salvarle la vida.
La infancia de Lena se basaba en estudiar en casa, a acompañar a su padre a buscar las provisiones que dejaban cerca del bosque y repartirlas a los vecinos. No tenía amigos, así que siempre se la veía correteando y jugando totalmente sola. Su madre no le hablaba y las personas de Fogtown lamentaban que el doctor Strof hubiese tenido la idea de adoptar a una niña que podría ser una desgracia para la aldea.
A los trece años, Lena por primera vez pudo asistir a la escuela, con un uniforme especial que le habían pedido, con los zapatos y un maletín que su padre ya no usaba. Había decidido que se llevaría bien con sus compañeros, ahora que pasaría tiempo con los chicos de su edad se darían cuenta de lo buena que podía llegar a ser. Se presentó ante todos, no obstante descubrió días después que tampoco la suerte estaría de su parte. Los chicos que iban con ella se sentaban lo más alejados posibles, escribían su escritorio y la golpeaban cuando era la hora del recreo.
Se había metido en tantas peleas que ya no podría decir con claridad cuantas habían sido. Al cumplir los quince años fue cuando el primer castigo de la institución llegó a ella.
Nadie conocía al padre Smith pero todo el mundo hablaba de él, fue después de una pelea que había tenido con su compañero Joan cuando Marie la llevó a la oficina del director. Fue su primer encuentro, pero no el último.
Lena sabía que muchas veces solo era llamada por Edward sin una verdadera razón para castigarla, pero el hombre siempre le decía que era así, su vida estaría libre de pecado.
Era un día jueves cuando Lena se enteró que pronto llegaría un hombre de las afueras de Fogtown para trabajar como psicólogo en la institución; Edward le había entregado un papel donde todos los que quisieran hablar con él debían anotarse. Dejó la lista en uno de los corredores e iba todos los días para ver si alguien había decidido escribir su nombre, ella quería hacerlo pero no se atrevía a ser la primera.
Entonces comenzó a escuchar lo que decían del señor Harl en su clase, todos le temían al forastero y nadie quería probar su suerte manteniendo algún contacto con el hombre. Una de las mañanas en las que volvía a revisar la lista vacía, fue cuando un cierto grado de valentía se hizo presente en su cuerpo, tomando el lápiz que estaba atado cerca del papel, escribió su nombre, para luego borrarlo y colocarlo en el último lugar.
Sentía cierta empatía hacia el señor Harl, aquel que nadie conocía pero ya era excluído de cualquier cercanía con alguno de ellos, tal vez podría llegar a encontrar apoyo en el psicólogo.
Al día siguiente encontró el nombre de Amelia primero en la lista y luego le siguieron los demás, tal vez curiosidad o simplemente porque la primer tonta en escribir había sido ella, no lo sabía, pero se sintió bien por el forastero.
El día en el que el señor Harl llegaría, Lena tenía pensado ir a recibirlo, pero la hora de su partida fue retrasada por una pelea que había tenido con Joan y después una visita en el despacho del señor Smith. Edward sin embargo no le había castigado, más bien se había despedido de ella ya que estaría una semana fuera de Fogtown. Le había dado unos minutos de lo que el pastor llamaba "amor", besos y algunas caricias y aunque a Lena no le gustaran, jamás salía una queja de su boca.
Fue así que después de salir apresurada de la escuela, lo primero que hizo fue dejar su bolso y sus cosas en su casa, había caminado por el campo con la esperanza de que ninguno de sus dos compañeros molestos, Amelia y Joan, se hubiesen encontrado con el señor Harl.
Pero esta vez, la suerte sí estuvo de su lado, el hombre estaba allí. Lo habían dejado a su suerte con unas cuantas maletas a su alrededor, completamente confundido y a la espera de un nuevo amigo, o eso era lo que pensaba ella.
No tardó demasiado en ayudarlo, pero algo había estado inquietándola desde que sus miradas se cruzaron. Los ojos de aquel hombre ya los había visto antes.
Que Ben Harl llegara a Fogtown era el desastre más grande que Lena se negaba a detener.
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