
33. Mi primer y último beso [+18]
Una explosión de diferentes emociones se concentran en nuestros labios, en la piel que he decidido juntar con otro humano que corresponde la intensidad de los latidos de mi corazón, que calma el frío en mis huesos y enciende la sangre en mis mejillas. Me encanta. Mi vientre se calienta, su lengua explora en mi boca y roza con gentileza la mía. Nuestro beso se intensifica, sus dientes chocan con los míos y me aviva, me apasiona, como si el mundo fuera a acabar mañana, como si estuviera presenciando la última cena, como si Dios hubiera dicho «Estos dos deben estar juntos». Así es como me siento.
Me abraza, me presiona contra su pecho y lo siento latir con energía en todo mi cuerpo. No lo dejo apartarse mientras me deshago del celular y los audífonos.
Quiere apartarse para darme comodidad, pero sigo sin permitírselo. Mis manos forman puños que aprietan su sudadera y me aferro a él. Sus brazos me rodean y presionan mi cintura, se hace a un lado, pero no interrumpe nuestro beso. Mis manos acunan sus mejillas, me ayuda a recostar la espalda sobre su cama con cuidado, abro las piernas, y él queda atrapado entre ellas. Mis manos le sostienen el rostro, y las suyas se apoyan en el colchón para no aplastarme. Mis piernas están flexionadas, y mi cuerpo entero está en llamas.
El calor en mis mejillas adormece mis brazos y piernas, corre por las puntas de mis dedos y se concentra en un nudo en mi entrepierna que me hace mover las caderas por instinto y restregarme contra él. Es agradable. Se siente duro, pero calma por segundos el dolor que se expande por mi vientre y escapa de mi boca como un gemido.
Suspiro en su boca cuando se separa de mí, y me permite respirar. Me muerdo el labio inferior con fuerza cuando sus besos se reúnen en mi cuello. Besa, chupa y lame, y me siento como una paleta, riquísima y comestible sabor fresa.
Vuelve a besarme, la palma de su mano acaricia mi ropa interior, gimo cuando cuela la mano por debajo de mis calzones, y sus dedos acarician mi sexo. Sigue besando y succionando mis labios hasta dejarlos rojos, y ahogo un grito cuando su dedo va dentro de mí.
Cierro los ojos por la molestias. No me duele, pero me resulta algo incómodo. Trago saliva cuando su lengua viaja al lóbulo de mi oreja. Me aferro a su sudadera, y entierro las uñas en la tela. Gruñe en mi cuello, y mis labios le besan frenéticamente el lunar de su clavícula. Quiero lamer todos y cada uno. Creo que le gusta.
Se aparta y mira mi rostro. Nick me observa mientras sus dedos vuelven a tomarme. Hacemos contacto visual, sus pupilas se dilatan y brillan cuando mira con seducción mis labios. Dejo caer las manos a los costados de mi cuerpo cuando siento una opresión y un revoloteo desconocido en mi interior.
Jadeo y sus dedos se mueven más deprisa. Nick me mira, y yo sólo puedo entrecerrar los ojos por la presión que se acumula cada vez más y más en mi vientre. Dejo que mi cuerpo se afloje, y quede a su completo merced. Mi corazón va a mil por hora. Su pulgar presiona ese puntito en mi cuerpo que chispea y rompe mi capacidad de hablar, de pensar, de moverme... Sólo siento.
Siento, respiro con dificultad y mis rodillas se flexionan. Gimo y musito su nombre hasta que... se detiene. Me besa una vez más, mi respiración se corta cuando se separa de mis labios, y la cara más roja y jugosa que un tomate. Tengo el rubor hasta en el cuello. Una humedad se acumula en mis calzones, demasiada humedad. Me desagrada un poco, pero no tanto como para mencionarlo.
Restriega el dedo en su pantalón de mezclilla —el que usó para penetrarme— para limpiarse, y ver ese extraño rastro, me hace hundir la cabeza en la almohada, de pura vergüenza.
Vuelve a buscar mis labios, pero no sin antes tomarme de las piernas para que las enrede en su torso. Ahora sí me tiene justo como me quiere, y yo no podría ser más feliz.
Su lengua acaricia la mía. Un beso suave y tierno se instala entre nosotros. No me pone mueca alguna cuando intento hacer lo mismo y, por alguna razón, su cuerpo se tensa.
Nos apartamos y tomamos aire. Su aliento me remata. Es exquisito. No se me escapa que sus labios están más rojos que sus mejillas. Pega su frente con la mía. Un gesto dulce que no me esperaba de él. Me besa tres veces e intento no sonreír, no reír, no ser consumida por la emoción de tenerlo como una vez soñé cuando no podía dejar de pensar en él. Sus labios besan uno de mis dientes mientras sonrío. Me pongo colorada cuando lo miro a los ojos. Me da gusto que la habitación sólo esté iluminada por las tenues luces que cuelgan del techo, así no puede ver mis mejillas sonrojadas, pero de seguro siente lo caliente que está mi cara.
—Qué bonita eres.
Acaricia la arruga de mi frente, y yo conecto los lunares de su rostro hasta llegar al que tiene en el cuello. Es tan guapo. Es perfecto. ¿Cómo no me di cuenta antes? Lo que dijo «Qué bonita eres». Me ha prendido más que todas las cosas que hemos hecho estos últimos días. La forma en cómo me mira y en cómo pronuncia ciertas palabras, también me encanta. Es como si hubiera sido hecho para mí.
Se separa de mí y levanta mi pierna derecha. Su mano se mueve por mi muslo con lentitud y deseo en una caricia que promete placer del bueno. Baja su cabeza entre mis piernas, y besa el hueco de mi entrepierna, esa zona erógena en donde cicatrices de mi imperfecta piel delatan demasiada intimidad para una sola noche. Pero en este momento, estoy tan extasiada de Nick que ni me doy cuenta de la vergüenza que se supone que debería sentir. Me quita las botas, y besa el lunar casi inexistente de mi rodilla.
La palma de su mano está encima de mis pechos, llega a los botones de madera y lo ayudo a quitarme el overol. No paro de sonreír ni un segundo, lo único que nos separa es mi ropa interior mojada y mi blusa blanca. Él lleva demasiada ropa encima, y yo quiero sentirlo, que goce como yo, trazar círculos sobre su piel suave y blanca como la leche y besarlo por todas partes. Intento quitarle la sudadera, pero él no me deja; detiene mis manos cuando buscan el dobladillo de su tela y las pone a los costados de mi cabeza, mientras él sigue besándome, devorando mi boca, pero yo ya no estoy cómoda.
No me deja mover las manos, y eso me inquieta.
«¿Qué le pasa?»
Yo acabo de dejar que me toque... ahí. ¿Por qué él no quiere que lo toque? Me entra el pánico, un terror extraño se apodera de mis entrañas y, al parecer, es perceptible de saborear en mis labios porque con cada beso que correspondo, aun cuando no me siento cómoda, Nick detecta que algo no anda bien y se detiene.
La ternura en sus ojos casi hace que olvide lo molesta que me siento.
—¿Qué pasa?
—Nada.
Me lo quito de encima. Busco mi overol; me siento avergonzada. Me siento, y él apoya la espalda en la cabecera de su cama.
Termino de vestirme bajo su atenta y angustiada mirada.
—Lo siento —dice, sabiendo muy bien por qué estoy molesta con él—. Pero... Créeme que no quieres ver lo que hay debajo de mi sudadera —me asegura; noto un tinte de preocupación y miedo en su voz que consigue controlar y mantener a raya en nuestra conversación.
—¿Por qué? —lo miro.
—Porque sí —responde.
Algo ha cambiado entre nosotros, pero no estoy segura si es por el momento íntimo que compartimos, o, porque nos llevamos mejor gracias a las similitudes que descubrí antes de nuestro apasionado beso. No lo sé. En ningún momento me ha dicho que sólo quiere ser mi amigo, pero tampoco me ha dado el punto clave para iniciar una relación. ¿Estará igual de confundido que yo?
—No te puedo ayudar si no me dices lo qué pasa —digo.
En un instante, su mirada preocupante cambia y se transforma en una que sólo he visto en mi padre. Me está clavando puñales con los ojos por lo que dije, y lo que es peor, me quedo inmóvil ante su grosería.
—¿Ayudarme? —se pregunta. Me mira, y mis ilusiones se evaporan—. Yo no quiero que me ayudes, menos que lo intentes.
—¿Cómo?
—Mira, Miel. Muchos han intentado ayudarme, pero ninguno lo ha logrado. Sólo lo hacen por pura obligación, y tú no eres nada mío como para querer hacer el intento. No malgastes tu tiempo. Es patético.
—¿Qué?
¿Esta es la misma persona que me acaba de defender, o, la que acaba de besarme como si la vida se le fuera en ello? ¿Nick en verdad me está diciendo todas estas cosas? ¿Está buscando hacerme sentir mal a propósito?, ¿sólo por lo que dije?
—Estas diciendo tonterías —digo al fin—. ¿Sabes?, no tiene nada de malo aceptar que necesitas ayuda si...
—Pero, ¡¿quién te crees tú, eh?! —me interrumpe horriblemente—. ¿Una puta psicóloga? No quiero una terapia, niña, quiero distraerme con alguien que me haga sentir, sólo eso. Si quieres ayudarme, entonces sigue distrayéndome.
Esas últimas palabras, me decepcionan. No hace mucho se mostró de la misma manera conmigo: infantil y arrogante. Como un desconocido. En el auto también me dio a entender algo parecido, que sólo quiere sexo y diversión, ninguna atadura o algún compromiso. Por lo visto, una relación conmigo sería la cereza del pastel que él no está dispuesto a comer.
Me arden los ojos, y mi garganta se atora con un nudo que asimila ser del tamaño del hueso de un aguacate.
Rebusco en mi cerebro alguna frase, alguna página que me ayude a no llorar enfrente de este bodrio discapacitado de amor y comprensión, pero no tengo nada. Sólo puedo decir una cosa:
—Qué estúpida soy —digo, y me levanto de la cama.
Juro que planea tomar mi mano, pero me muevo demasiado rápido como para averiguarlo. Tomo mi celular, y obligo a mi pies a llegar a la puerta. Cuando estoy fuera, no estoy llorando, ni siquiera me siento triste; estoy temblando de rabia, ira y decepción. Pero, ¿triste, o, a punto de ponerme a chillar? No.
Irradio odio, resplandezco del sentimiento que juré jamás sentir. Nick acaba de humillarme, me dijo que sólo soy una maldita distracción, que sólo me busca de vez en cuando porque se aburre, se puso a la defensiva y me insultó a la primera oportunidad que tuvo. Y lo peor de todo es que creí que podría ser... Bueno, por un momento creí que él y yo quizá podríamos ser... Qué tontería. No voy a seguir pensando en el «si hubiera».
Fue amable conmigo, pero nada más fue puro teatro para poder aprovecharse de mí. Fue mi error, porque sólo buscaba una cosa: venganza. Nick quería vengarse de mí por lo que le dije hace un momento acerca de su padre, y por haberlo regañado por el asunto de su hermana; una parte de mí quería dejarlo hablar pestes de ella, pero mi otro lado, el que siempre gana la balanza entre el bien y el mal, la defendió. No me arrepiento de eso.
Se me humedecen los ojos al recordar nuestro beso. Dejé que me tocara, que me besara y me sintiera. Qué estúpida soy.
Encuentro la habitación en la que dejamos a Raúl. Ya debe de estar en sus cinco sentidos. Lo llevaré cargando, o, arrastrando de ser necesario. No quiero pasar ni un minuto más en esta casa. No quiero seguir en un lugar en donde no me quieren, y no soy bien recibida.
Mi amigo sigue en la misma posición que lo dejamos, eso es buena señal, ¿no? Veo el vómito en la alfombra, pero lo ignoro. Lo llamo y lo sacudo con cuidado, pero no responde.
Mi cabeza me recuerda que tengo el celular apagado. Lo prendo, empieza a pitar y a aparecer en la pantalla cientos de mensajes. Casi cincuenta llamadas perdidas de Carolina, y unos cuantos mensajes de WhatsApp de Sarah.
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