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Anécdota 96

Anécdota anónima

Esto ha ocurrido hace alrededor de diez minutos, en una preciosa mañana en España, a las 11:38 a. m. de un martes en el que he decidido quedarme en casa de mi abuela a estudiar para un examen G L O B A L de mi querida asignatura, Historia.

Y como en todo martes 13 tiene que ocurrir alguna desgracia, me bajó la regla esta mañana. Imaginaros a una niña de trece años sin despegar la cabeza de un libro en todo el día, sumándole la regla a las ganas de suicidarse.

Pues no hace falta decir que tuve que ir al baño a hacer la necesidad menor de cualquier persona. ¿Se me ha olvidado mencionar que estamos en reformas, y que el baño que uso es el mismo que el de los albañiles?

¿No, verdad?

Prosigamos...

Subí al piso superior y me senté, justo olvidé cerrar la puerta, vi que estaba abierta pero me daba pereza recorrer menos de un metro para alcanzarla, y por lo menos, dejarla entornada. Pero no, me quedé ahí mirando a la nada.

Hasta que escuché la puerta del piso de arriba abrirse, y rezaba para que fuera mi madre. Rezaba...

Era uno de los albañiles, con la mano en el cinturón dispuesto a entrar. Y me vio, sentada, en la taza del váter. Nuestras miradas se trabaron. Un latido, dos latidos. Tres. Ninguno parpadeó siquiera.

No me ha pasado nada más vergonzoso en mi vida.

Lo peor es que es guapo, y claro, yo no podía apartar la mirada. El pobre chico —que por cierto, está casado— murmuró una disculpa al mismo tiempo que yo y se fue rápido.

Ahora estoy escribiendo esto en el despacho en el que estoy estudiando, y no tengo intención de salir. Ah, y no queda de más mencionar el hecho de que yo nunca uso bragas blancas. Un día que uso, y las mancho.

Semana de recuperaciones, más la regla... ¡deseadme suerte!


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