Anécdota anónima

El año pasado se decidió que habría fiesta de cumpleaños para uno de mis tíos. Las cosas marchaban bien. Entre eso, me dieron ganas de usar el baño. Cuando estaba casi llegando, vi a un muchacho de mi edad, y por alguna razón me quedé estancada con la mirada puesta en él, un poco sorprendida. Fue entonces que percibí un olor desagradable, por no decir otra cosa.

¿Y adivinen qué? Sí, el olor venía de ese tal joven, pero las cosas no terminan ahí: el olor provenía de sus partes traseras.

Me giré asqueada al darme cuenta que, con sus pantalones abajo y los mofletes al aire libre, estaba defecando en una maceta del jardín.

Salí disparada al baño sin poder sacarme la imagen de la cabeza e intentando no mirar hacia atrás por encima de mi hombro. Resultó que el baño estaba cerrado; al parecer alguien lo había tapado... no daré más detalles por ese camino. La cosa es que me pareció curioso y sospechoso, y como mis necesidades no eran urgentes, volví a la fiesta sin dejar de mirar por el rabillo del ojo al chico de los mofletes expuestos.

Más tarde, al finalizar el cumpleaños de mi tío, éste se ofreció a llevarnos a mi familia y a mí a casa. Cuando estaba subiendo al auto de mi tío, me topé con la grata sorpresa de volver a ver a este muchachón; era el hijo de la nueva novia de mi tío. En pocas palabras, me tocó ir en el mismo automóvil que él. No me atrevía ni a mirarlo.

Se hizo caca, así que desde ese día tomé la costumbre de llamarlo cagón.