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14

9 de julio.

La cafetera pitó y el delicioso aroma inundó mi pequeña cocina. Me serví una taza, tarareando la canción que sonaba en los auriculares, conectados al móvil que llevaba en el bolsillo de la camisa.

La camisa de Ulises.

Llevar su ropa se sentía como portar un amuleto, un talismán que me hacía sentir segura. Su olor me reconfortaba casi tanto como el del café.

Había recogido mi cabello en dos coletas sueltas y el peinado infantil, sumado a la sonrisa que llevaba permanentemente plasticada en la cara, me hacía parecer mucho más joven. Lo cierto es que era feliz como una niña.

La música se tornó más animada y comencé a bailar, tan ridículamente como solo me atrevía a hacer cuando nadie me miraba. Movía las caderas al tiempo que volteaba los panqueques. Estaba tan ensimismada que di un respingo cuando dos manos largas me rodearon la cintura y sentí el cálido aliento en mi cuello, antes de que los labios se posaran en mi piel, erizando, al instante, los vellos de mi brazo.

-Buenos días, amor. -Ulises me volteó, colocándome frente a él para besarme en los labios-. Mmm sabes a café -dijo al separar su boca de la mía.

-¿Te sirvo una taza? -le pregunté tras recuperarme de su beso.

-Prefiero tomarlo de tu boca -dijo, besándome más apasionadamente.

El olor a quemado nos obligó a separarnos.

-¡Los panqueques se queman! -exclamé, aunque había perdido el apetito, de comida, al menos.

Él echó un vistazo al desayuno chamuscado, sin permitir que me apartara del cerco de sus brazos.

-Creo que ya es demasiado tarde para ellos. -Apagó el fuego por detrás de mi cuerpo-. Tranquila, tengo una idea mejor para desayunar. -Su oscura mirada, cargada de deseo, me hizo tragar saliva y temí que fuera a desvanecerme ahí mismo.

Ni corto ni perezoso, me alzó, sentándome en la encimera de la cocina. Al hacerlo, descubrió que no llevaba nada bajo su camisa y sus pupilas se dilataron.

-Ya sé que me apetece comer.

Detuvo su mirada en mi entrepierna. Sus manos acariciaban mis muslos con una lentitud atormentadora. Finalmente, sus dedos llegaron a mi sexo, húmedo desde el primer beso.

-¡Dios mío! -exclamó satisfecho-. Me encanta que siempre estés lista para mí.

Introdujo un dedo en mi interior, provocándome un gemido de ansiedad. Yo abracé su espalda con mis piernas, exigiéndole lo que necesitaba mi cuerpo.

-Tranquila nena. -Me calmó-. Despacio.

Entonces, se separó un poco de mí y tomó uno de mi pies. Mirándome a los ojos todo el tiempo, comenzó a besarme los dedos, causándome un agradable cosquilleo que subía por mi cuerpo. Me sorprendió lo erótico que resultaba verlo lamiendo y besando mis pies, al tiempo que sus manos me acariciaban. Se recreó por un tiempo, para comenzar luego a subir por mis pantorrillas. Sus labios me acariciaban sin llegar a besarme, y alternaba las delicadas caricias con suaves mordidas que provocaban palpitaciones en mi sexo.
El sendero del placer continuó y finalmente llegó a mis muslos. Yo estaba acalorada, sonrojada hasta los cabellos y gemía ávida de más. Succionaba el interior de mis muslos, los lamía y mordisqueaba cada vez más fuerte. Podía ver la erección creciente que apresaba su bóxer y extendí la mano deseando liberarla.

Él me detuvo.

-No, primero me toca desayunar a mí -dijo, apartando mi mano.

-¿Por qué me torturas así? -alcancé a decir entre gemidos.

-No me parece que estés sufriendo -contestó con su media sonrisa.

-Lo estoy -balbuceé-. Te quiero dentro de mí, no aguanto más -gimoteé.

-De eso nada, amor. Primero voy a hacerte llegar solo así -dijo, acercando su boca a mi centro que hervía.

Arqueé la espalda y apoyé las manos tras de mí, abriendo las piernas para darle entrada libre.

Él sonrió y mirándome dio un largo lametón a mi empapada vagina. Jugaba con mi excitación a su conveniencia, demoraba el preliminar, acercándose y alejándose hasta tenerme al borde de la locura.

-Por favor -supliqué. Retrocedió hacia los muslos y yo creí que moriría-. Por favor -dije con la voz en un hilo.

-Dime lo que quieres. Quiero escuchártelo decir -me exigió con la mirada perversa a la que ya me había acostumbrado.

-Te quiero a ti -imploré-. Quiero tu boca. ¡Ya! -grité con una voz desconocida.

Su sonrisa satisfecha fue lo último que vi de su cara antes de que la hundiera en mi sexo, devorándome con voracidad. Su lengua se movía a una velocidad que no creía posible. Jugaba con los dientes en mis pliegues, y sin previo aviso introdujo dos dedos presionando mi punto g y haciéndome dar un grito de sorpresa y placer.

Tardé menos de un minuto en llegar al clímax.

Mis gritos se escucharon por toda la casa y mis temblores casi me hacen resbalar.

Él me sujetó, abrazándome y se bebió mis gritos en un beso febril. Sentí el sabor de mis fluidos en su boca. Toda su cara estaba cubierta por ellos. Prolongué el beso sorbiendo sus labios y su lengua, hambrienta de aquel hombre que sabía amarme como nadie.

-Es mi turno -dije al fin, cuando nuestras bocas se alejaron.

Besé su cuello con ternura, devolviéndole la suave tortura. Deposité pequeños besos por todo su esternón y llegando a su pecho, apresé sus pezones con mis dientes.

Él emitió un quejido.

Lamí su abdomen y mis manos, finalmente, alcanzaron su premio. Liberé la hinchada polla de su bóxer y la rodeé con ambas manos, que entonces me parecieron muy pequeñas. Su miembro estaba duro y venoso y unas transparentes gotas de líquido asomaban por la punta. La boca se me hacía agua. Sin más dilación, lo acerqué a mis labios. Lamí todo el tronco cual si fuera un helado, me recreé en su glande, besándolo casi con candor, mientras jugueteaba con sus testículos.

Él agarró una de mis coletas y presionó mi cabeza contra su polla, exigiéndome que la metiera en mi boca.

Yo lo miré a los ojos, divertida.

-Tranquilo, despacio. -Me vengué.

Él me miró con impaciencia furiosa y decidí abandonar el juego.

Engullí todo el trozo, apurándolo hasta mi garganta. Contuve una arqueada y lo mantuve así por unos segundos, mientras mi lengua bailaba sobre el garrote que continuaba creciendo en mi boca. Me quedé sin aliento y lo saqué al fin. Tomé aire y volví a la carga, metiendo y sacando el miembro de mi boca, y subiendo poco a poco la velocidad. Una de mis manos se asía de su glúteo y la otra continuaba acariciando sus bolas. Su respiración se tornó agitada y lo tomé como una señal para aumentar el ritmo. Él usaba mis coletas como riendas y trataba de guiar las embestidas de mi boca, que lo devoraba con la misma avidez con que él me había obsequiado.

Las lágrimas se agolpaban en mis ojos, pero no daba tregua. Succionaba aquella barra empapándola con mi saliva, sin dejar de mover la lengua. Mientras tanto, lo miraba, contemplando satisfecha el placer que le proporcionaba mi labor.

Soltó un gruñido, poniendo los ojos en blanco y supe que acabaría. Volví a tragar su polla, apretándola con los labios, la hice tocar el fondo de mi garganta y le deslicé fuera muy despacio, dejando que mis dientes la rodearan suavemente por unos segundos.

Fue suficiente.

Mi boca se inundó de un espeso y caliente líquido salado. Era sorprendentemente abundante. Lo recibí gustosa, sin dejar de mirarlo y, con la expresión más perversa que había compuesto jamás, me lo tragué. Sus ojos brillaron de sorpresa y placer. Limpié los restos de semen de su polla como una buena chica y terminé pasando la lengua por mis labios para saborear las últimas gotas.

-Me ha encantado mi desayuno -dije con picardía y me puse de pie, besándolo con desenfreno y dándole a probar de su sabor.

-¿Eres real? -preguntó él, maravillado por mi actitud.

-Solo contigo -confesé.

Él me secó el lagrimal que aún estaba húmedo por la asfixia de la felación, acarició mis despeinadas coletas y me besó en la frente, perlada de sudor.

-Vamos a limpiarte -dijo, tomando mi mano para llevarme a la ducha.

Una vez en el baño, me desnudó lentamente, tirando al suelo su camisa. Soltó mis cabellos y los alisó, mirándome con adoración. Yo me dejaba hacer encantada. Nos metimos juntos a la ducha y yo me permití deleitarme bajo el caliente y reconfortante chorro. Dejé que el agua limpiara el sudor y los fluidos que empapaban mi piel, acariciándome ahí, donde él lo había hecho, pero aunque maravillosa, el agua tibia no podía suplir las sensaciones que me producía su tacto. Sentía sus ojos sobre mí y su presencia a mi espalda me brindaba una seguridad indescriptible.

Lentamente se acercó y se dispuso a bañarme. Mis labios dibujaron una sonrisa. Lo miré divertida mientras comenzaba a enjabonarme los hombros. Era una sensación muy placentera. Más allá de la sensualidad en sí misma, de encontrarme desnuda bajo la ducha, siendo acariciada por un hombre como él, adoraba sentirme atendida, cuidada, saber que, al menos por ese instante, ocupaba toda su atención. Era la ansiada confirmación de que le importaba de veras, más allá del sexo.

Era muy divertido observarlo, mientras restregaba todo concentrado, cuidando de que no se le quedara ningún rincón por limpiar.

-Serías un buen padre -pensé en voz alta y por un momento la idea me sedujo, pero la deseché al instante.

Un hijo era algo que nunca podríamos compartir. Aquella triste certeza alteró la paz de mi rostro y una melancolía vaga amenazó con instalarse en mi pecho, pero fue solo un segundo, en seguida me prohibí cualquier tipo de pensamiento nocivo, obligándome a disfrutar de aquel momento, del baño y de él.

Le arrebaté el jabón de las manos y lo besé agradeciéndole, sin palabras, cada minuto de felicidad que me había regalado.

Tal vez, algún día no muy lejano, aquellos efímeros minutos felices no me resultarían suficientes, pero en aquel momento lo eran.

En aquel momento lo eran todo.

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