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Capítulo 2

Aksel

—Estás bien así —dijo Sandra con una sonrisa y me arregló el cuello de la camisa al soltar los dos primeros botones.

—Que me quites la corbata no habla muy bien de mi atuendo.

Se alejó un paso para mirarme de pies a cabeza.

—¿Por qué escogiste un traje?

—Es mi primer año siendo profesor de manera oficial, pensé que debía dar una buena impresión.

—Estudiaste en esta misma facultad, conoces a muchos profesores que todavía están aquí y te doblan la edad. Sabes muy bien que ninguno vestía así. —Se cruzó de brazos—. ¿Te presentarás en clases prácticas con traje?

—No. —Me acomodé las mangas del saco azul—. ¿Crees que voy a arruinar mi ropa con barro y pintura?

—Que los dioses salven al santo Aksel Holten de arruinar su ropa —se burló.

—Bakker —aclaré.

—Lo siento —dijo al instante—. Las viejas costumbres.

No lo hacía a propósito. Me había conocido con ese apellido cuando éramos muy jóvenes.

—Olvida los nervios, lo harás genial —dijo para calmarme.

Me aclaré la garganta.

—He impartido clases antes, no es mi primera vez.

—Me estás dando la razón, pero igual estás nervioso.

Tomé mi maletín, decidido a no volver a usar un traje en la universidad por aquel año. Sandra me persiguió por su oficina y antes de que pudiera salir se interpuso entre la puerta y yo.

Me miró con sus ojos marrones y escrutadores. Ese día llevaba el pelo recogido en una coleta baja y un vestido negro e informal con zapatillas. Siempre se había visto más joven de lo que era, podía pasar por una estudiante con facilidad.

—Nos conocimos de adolescentes, Aksy-Boo. —Controló la risa porque sabía lo que odiaba el mote que ella misma me había puesto—. Fuimos novios tres años. Sé identificar cuando estás nervioso.

Respiré profundamente.

—Vale, estoy nervioso, lo acepto. He dado muchas clases en espacios más pequeños, a no más de veinte estudiantes. Esto es distinto.

Sandra palmeó mi pecho y abrió la puerta.

—Lo harás genial, pero no si llegas tarde el primer día de clases. —Alzó las cejas—. Muévete porque no voy a arrastrarte al auditorio.

Tenía razón, ya debía estar empezando la clase.

—Aksel —me llamó cuando me alejé de su oficina—. ¿Esta tarde salimos a tomar algo?

—Salimos ayer.

Se encogió de hombros.

—Bebamos algo más fuerte que un café.

—Sabes que no bebo —dije, retomando mi camino—, pero puedo hacer una excepción.

Me apresuré por los pasillos del edificio, que estaban casi vacíos cuando llegué a la planta baja y busqué el auditorio que tan bien conocía. Era como si jamás hubiese dejado el lugar.

Cuando puse un pie dentro dejé las inseguridades y bajé por la escalera que daba al centro de la sala.

Toda mi vida había soñado con ese momento: ponerme frente a tantos estudiantes, enseñar en una gran universidad, con un salario por encima de la media... Cada uno de mis pasos habían estado cuidadosamente calculados para el futuro, ese día, esa clase, era la primera meta cumplida... En un año tendría un empleo fijo, algo seguro y que me brindaría la estabilidad necesaria para en algún momento tener lo demás: una pareja, una familia...

Fue demasiado fácil olvidar que era mi primera clase frente a casi doscientas personas y dejarme llevar por la emoción. No fue una lección larga, algo introductorio y teórico para saber lo que veríamos en el semestre. Lo que ansiaba presenciar eran las clases prácticas y los proyectos de cada curso.

—Creo que por hoy es suficiente —dije, mirando a mi alrededor, cuando faltaban diez minutos para que terminara el turno de clase—. Si tienen alguna duda sobre mí o lo que veremos en el curso pueden hacer sus preguntas.

Un chico de las primeras filas levantó la mano y asentí para dejarlo hablar.

—¿Cuál será su clase principal, profesor?

—Esta, con ustedes, pero también supervisaré los proyectos de tercer año de la especialidad de Escultura.

—¿Usted escoge a los estudiantes o...?

—Todavía no lo sé, es una decisión del departamento de Escultura para que cada tutor tenga cierta cantidad de estudiantes.

Miré alrededor, buscando otra pregunta y varias manos se alzaron.

—Dijo que se fue a estudiar a Elksan después de su graduación —comentó la chica que acababa de señalar en medio de la sala—. ¿Cómo logró que lo dejaran ser profesor tan joven?

Una risa recorrió el auditorio y tuve que acompañarlos.

—Tengo veintisiete años, no soy tan joven.

Eso provocó más risas.

—Lo que quiero decir es que no tendrán de profesor a un compañero de curso —aclaré—. Hice un postgrado en la universidad de Arte en Elksan y dos maestrías para estar aquí —dije con la vista en la chica.

—¿Dos? —dijo otro de mis nuevos estudiantes—. ¿En qué tiempo?

—A la vez.

—Eso es imposible —dijo la chica de la segunda pregunta.

—Nadie dijo que fuera fácil —concluí.

Más risas se movieron por el salón, mezcladas con murmullos.

Otro chico alzó la mano, uno que no parecía tan entretenido como sus compañeros.

—¿Tiene idea de qué propondrán este año como proyecto de semestre para los estudiantes de tercer curso?

—No. También es un asunto a decidir por el departamento y es mi primer día.

—Pensé que nos estaría supervisando —dijo con tono severo y supe que era el tipo de estudiante que no soportaría a un profesor desinformado.

No podía culparlo, yo había sido él, solo que más educado.

—Supongo que esa pregunta se la puedes hacer al jefe de departamento, no a alguien que acaba de llegar —dijo la voz de una chica al fondo de la clase y todos giraron a mirarla.

Al chico no le hizo gracia el tono burlón con que ella le habían hablado y supe que debía intervenir. Lo último que quería era una discusión entre alumnos en mi primer día de clases.

—¿Su nombre es? —pregunté al chico para llamar su atención.

—Brown —dijo solo mencionando su apellido y recordé haberlo visto en la lista de los especializados en Escultura de tercer año, el primero de la clase.

—Señor Brown, puede estar tranquilo. No vine a Prakt a jugar. Un día estuve sentado en el mismo lugar que usted y quería profesores que me llevaran por el mejor camino y eso es lo que pienso hacer con mis estudiantes. —No cambió la expresión, pero se vio satisfecho—. Cuando tenga información y autorización para hablar del proyecto de semestre, pondremos al tanto a los de tercer curso de Escultura.

Miré alrededor en busca de más preguntas y fue la chica de un segundo antes la única que alzó la mano, la misma al final del auditorio. Le di un asentimiento para que procediera.

—Tengo una duda más entretenida, profesor Bakker —dijo con un tono más dulce de la que había empleado antes—. ¿Dónde compró su traje? Le queda demasiado bien... Me gustaría tener uno igual.

Esa vez las risas fueron más fuertes, no de burla, de diversión por el atrevimiento de la chica de cabello rojizo que no dejaba de mirarme. Me resultó familiar y no supe de dónde hasta que me dio una media sonrisa...

Emma Favreau.

El sonido de los altavoces marcando el final de la primera hora de clases puso a todos en pie. El auditorio se fue vaciando, pero ella no hizo ademán de retirarse ni cuando una de sus compañeras le habló al oído antes de irse.

Cuando la mayoría estaba fuera del auditorio, bajó despacio con un rumbo fijo: yo. Ni una vez despegó los ojos de los míos y yo no pude hacerlo.

Usaba botas oscuras y desgastadas, un pantalón ancho de mezclilla manchado de pintura y decolorado en varios lugares. Se ajustaba a sus caderas. Tenía un top negro sin mangas o tirantes que dejaba expuesta su piel más blanca de lo que la recordaba.

Se había hecho tatuajes, varios, todos pequeños y delicados, alejados unos de otros, pero pude ver que hasta en los dedos llevaba tinta hecha dibujos. Debía haber teñido su pelo, que tenía un tono rojizo, y usaba un aro en la nariz, un septum.

No había nada en su rostro que me recordara a la Emma que había conocido en Soleil, pero cuando volvió a sonreír de medio lado al detenerse frente a mí, me alegró que esa expresión no hubiese cambiado en ella.

—Al final escogiste la universidad de Arte —dije, no me sorprendía.

Sus ojos brillaron y achicaron cuando amplió la sonrisa.

—¿A dónde iba a ir si no? Te demoraste en llegar, empezaba a aburrirme.

—¿Qué? —pregunté sin entender a lo que se refería o si estaba bromeando.

Puso los ojos en blanco y no respondió, solo acortó la distancia que nos separaba y me abrazó. Tuve que reír y devolverle la muestra de cariño.

Era un poco más baja que yo y muy delgada.

—¿Por qué demonios te vas cinco años a Elksan, no das señales de vida y apareces en mi salón de clases sin avisar? —dijo al separarse.

Ladeé la cabeza y evalué su expresión.

—No te veo enojada, ¿por qué protestas?

Se encogió de hombros.

—Me gusta el drama, estuve a nada de estudiar teatro. —Se acomodó el pelo que le caía por debajo de los hombros—. Habría sido injusto para el resto de estudiantes tenerme como competencia, entonces decidí venir aquí.

—El ego inflado... —murmuré, pensativo—. ¿Lo adquiriste sola o alguien te lo contagió?

—Es sinceridad. Decir la verdad no es penado por la ley.

Contuve la risa, los dos lo hicimos hasta que la despeiné para no estallar en carcajadas.

—No puedo creerlo... —confesé—. Emma Favreau es mi alumna.

—Técnicamente no porque solo tendremos esta clase... —explicó—. Mi especialidad es Pintura.

—Tampoco me sorprende.

—¿Recuerdas mis obras de arte?

—Tengo guardadas todas las que me regalaste.

Se mordió el labio.

—¿De verdad?

—Sí, pero después de cinco años sin vernos no debería estar preguntando por tus pinturas, sino por cómo estoy.

Me inspeccionó de arriba abajo.

—Yo lo veo divino, profesor Bakker.

Que me llamara así era casi igual de desagradable que el mote que Sandra usaba cuando éramos adolescentes.

—No repitas eso —dije al recoger mi chaqueta y el maletín.

—¿Que te ves divino? —preguntó.

Me detuve en seco y le apunté a la cara con el dedo índice.

—Eso tampoco lo repitas, es raro.

Sus labios formaron una perfecta letra "O".

—Como usted diga, profesor Bakker.

Recordaba lo obstinada que podía ser con algo y si le daba armas estaría hasta el fin de los días llamándome de la misma manera. Lo más inteligente era dejarlo pasar.

—¿Cómo estás? —preguntó al unirse a mi paso en lo que subíamos en busca de la salida del auditorio—. ¿Qué tal los últimos años?

—Te los podría resumir en cinco minutos. Llegué a la universidad y...

—¡No! —zanjó—. No seas aburrido. Si me cuentas todo ahora no tengo excusa para invitarte a comer algo. —Me guiñó un ojo—. ¿Comemos juntos?

Abrí la puerta y la sostuve para ella.

—Tengo una comida con los de mi nuevo departamento.

—¿Café en la tarde?

Negué.

—Tutoría con los de primer año. Entrenamiento de profesor nuevo, supongo.

Bufó.

—¿Cena?

—Tengo un compromiso con una amiga.

Se detuvo en seco.

—¿Una amiga? —Torció los labios—. ¿Cómo es que tienes una agenda tan apretada si acabas de mudarte a Prakt?

—Si quieres, podemos vernos el viernes. Cenaremos en casa de tu hermana.

Su rostro se contrajo. No quise preguntar cómo estaba la relación entre ellas porque esa reacción me decía que nada bien. Me había quedado muy lejos por demasiado tiempo, desinformado de todo y de todos.

Retomó el camino y la seguí.

—Bien, podemos beber un par de tragos hoy después de tu cena —propuso—. ¿Te parece si nos encontramos a las diez?

—¿Sales a beber un día entre semana? No tienes edad legal para...

Me miró de reojo.

—No me des sermones cuando tú bebías desde antes de los dieciocho y para que lo tengas muy claro, ya que parece que te has olvidado de mi edad... Tengo veintiuno, cuestión de meses para los veintidós... ¿Dirás que también te has olvidado de mi fecha de cumpleaños?

Su mirada asesina me asustó. La verdad es que creía que tenía dieciocho o menos, pero que estuviera en tercer año ya dejaba claro que tan pequeña no podía ser.

—Cuatro de enero —dije y volvió a sonreír—. Cada año hacías un alboroto en la fecha y te empeñabas en recordármelo, ¿cómo lo olvidaría?

—Hasta que cambiaste de número, desapareciste y te olvidaste de mí.

Sacó su teléfono del bolsillo y no me dio tiempo a justificarme, tampoco parecía interesada en escuchar mis razones, o dolida, algo que habría entendido.

—Dame tu nuevo número —pidió al ofrecerme su teléfono—. No permitiré que te escapes de nuevo y si no saldrás conmigo esta semana, lo harás en algún momento.

De una forma u otra, terminaría con mi número, mejor dárselo yo a que buscara alternativas.

Guardó mi contacto y me mostró el nombre que había puesto: profesor Bakker seguido de un emoji de corazón.

—Quita eso —demandé, pero sacó el teléfono de mi alcance.

Arrugó la nariz.

—Te has vuelto más amargado.

—Si vuelves a llamarme así...

Se puso de puntillas y dejó un beso en mi mejilla.

—Tenga buen día, profesor Bakker.

Me dejó con la palabra en la boca y se alejó por el pasillo.

—Por cierto, lo que dije antes no era broma —dijo, caminando de espaldas para verme a los ojos—. El traje le queda divino.

Se rio en voz alta y desapareció.

***

Emma

No le puse atención a nuestra profesora de Historia del Arte Contemporáneo y menos a nuestro profesor principal hablando del proyecto de curso.

Camille no dejaba de hacerme preguntas sobre Aksel y yo, de responderlas para ponerla en contexto. Cada segundo de su clase se repetía en mi mente. Era demasiado sexi, no podía quitarlo de mi cabeza, menos cuando se quitó la chaqueta y se remangó la camisa... Tenía un fetiche algo extraño por los brazos y las manos de los hombres y Aksel...

Nunca me había fijado en sus manos, o no las recordaba, o el fetiche había venido después de su desaparición, no lo tenía claro.

Cuando llegó el medio día y mi cita con Alejandro, ya estaba tan acalorada de pensar en mi nuevo profesor que casi corro a la habitación de mi amigo.

Lo encontré en ropa interior, con el torso descubierto, acostado en el sofá que él y su compañero de habitación habían acomodado para tener un televisor en la pared opuesta. Ocupaba la mitad del espacio que tenían y las camas quedaran apretadas cerca de la única ventana. Los dormitorios de la universidad eran compartidos y pequeños.

Alejandro dejó el mando a un lado y me sonrió.

—Demoraste mucho.

—Vine corriendo —dije, acercándome despacio hasta pararme frente a él.

Me encendió más que me mirara como si de verdad quisiera arrancarme la ropa.

—¿Te quitas el pantalón o te lo quito?

Antes de que terminara la pregunta ya me estaba deshaciendo de las botas y cuando estuve en bragas me tomó de la parte de atrás de las rodillas y me hizo quedar sobre él. Chillé y ahogó el sonido al atrapar mis labios, los mordió y disfruté el sabor de su boca.

Me moví sobre él y con cada roce más desesperados y hambrientos nos volvíamos.

—Quiero preguntarte algo —dije cuando bajó la cremallera de mi top.

Mis pechos quedaron expuestos y no apartó la vista de ellos.

—Había olvidado lo lindas que son tus tetas... Mierda.

Me sonrió.

—Pregunta lo que quieras —dijo antes de concentrarse en morder y chupar mis pechos.

Fue difícil que mis pensamientos se organizaran en lo que hacía eso, pero ambas cosas eran importantes y acostumbrábamos a conversar de lo que fuera en lo que follábamos.

—Si quisiera hacer el trabajo de semestre con otra especialidad. —Jadeé cuando atrapó mis pechos con las manos—. ¿Podría cambiar a Escultura?

Me besó por sorpresa y pellizcó mis pezones.

—Más duro —pedí y al momento lo hizo.

—No, preciosa... A menos que demuestres que puedes mezclarla con tu especialidad —musitó sobre mis labios.

Hice que se quitara la ropa interior y me arrodillé entre sus piernas para meter su polla en mi boca. Gimió y me tomó del pelo para que fuera más profundo.

—Más —ordenó—. Chupa mejor o no tendrás las respuestas que quieres.

Me costó no reír y concentrarme en hacerlo como le gustaba.

—Convence a tu jefa de departamento y vayan a ver a Sandra Jones —murmuró sin dejar de mirarme—. Ella siempre está abierta a que los estudiantes experimenten y tiene influencia en el departamento de Escultura.

Lamí su miembro desde la base hasta la punta y seguí subiendo hasta encontrar sus labios.

Alejandro ya tenía puesto el condón cuando estuve a horcajadas sobre él. Rozó su sexo con el mío para provocarme y enredé mis dedos en su cabello.

—¿Eso es todo? —pregunté.

—No va a ser fácil, cariño —dijo con una sonrisa—. ¿Crees que todas las personas caen ante tus encantos como yo?

Se me escapó una carcajada.

—No hay nada que yo no pueda tener —murmuré sobre sus labios.

—No tengo dudas —dijo al apartar mis bragas a un lado y colocarse en mi entrada.

Frené el movimiento y lo miré a los ojos.

—¿Te molesta que piense en alguien más mientras lo hacemos?

Su sonrisa fue más excitante.

—¿No te quieres traer a ese alguien?

Me tomó de las caderas y de una vez se hundió en mí. Mi mente se fue a Aksel.

—Nunca —murmuré.

—Golosa —protestó el mover las caderas y comenzar un suave vaivén que hizo que un cosquilleo ascendiera por mi columna vertebral—. Creí que siempre compartíamos.

Lo tomé de la nuca y me pegué a él. Gruñó cuando sintió la profundidad a la que lo llevé en mi interior.

—Este es solamente mío, no pienso compartir.

Y mientras Alejandro y yo nos entregábamos el uno al otro, mi mente repetía lo mismo:

Mío, mío, mío. Aksel sería mío y de nadie más.



*****
Hola, queridas!!! Hola, champiñones del demonio!!!

¿Qué pasó con Nika y Mia? Ja... Cambié eso, pero no hablemos del tema que este no es su libro.

Finalmente arrancamos con Aksel y Emma. Ni yo lo puedo creer.

A quienes estaban esperando pacientemente, las quiero mucho, gracias.

A las nuevas lectoras aquí van un par de detalles que deben saber:

-Este libro es un spin-off de la bilogía No te enamores.

-El primer libro de es bilogía, No te enamores de Nika, estará en librerías a partir del 8 de junio.

-Para leer este libro no es necesario leer la bilogía, pero será mucho más entretenida si lo hacen, queda a su elección y la pueden encontrar en mi perfil. Estará gratis la versión de Wattpad.

Fin del comunicado.

Tengo muchas ganas de contar esta historia. Espero disfrutarla y que la disfruten.

Mañana haré en vivo por Instagram para aclarar lo que pasó aquí, contestar preguntas y chismear un rato. Nos vemos por allá. ❤️

Las amo y pórtense bien.

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