A Kochō nunca le había gustado el invierno.

No le gustaba tener frío, tener que ir a la calle con capas y capas de ropa, tener escalofríos, etc.

Lo odiaba, sobre todo, porque siempre se enfermaba.

No importa cuánta ropa se pusiera, no importa que tantos mejunjes bebía para prevenir, siempre, SIEMPRE, acababa con más de 38 grados de fiebre.

Y encima estaba sola en su finca, pues todo el mundo estaba en el festival del pueblo celebrando algo que sinceramente, no le interesaba.

Estaba dispuesta a dormir un poco, hasta que escucho pasos acercándose.

Se levantó con dificultad, tomando su espada con ella por si tenía que defenderse.

Una enorme sorpresa se llevó cuando al abrir la puerta, se reveló la figura de Tomioka Giyū, con un cuenco de sopa en la mano.

Le extrañó verlo ahí, pero más le extrañó que él hubiera apartado la mirada de repente.

- ¿Qué está haciendo, Tomioka-san?

- No mirarte

- ¿Porqué?

Él no contestó, y ella solo frunció el ceño, ¿qué tenía ella de malo?

Ahí se dio cuenta.

Estaba en pijama, y este, encima, tenía algunos botones desabrochados.

Si ya odiaba el invierno, ahora lo aborrecía el doble.