Sentado en algún escritorio
dialogando conmigo mismo,
llegue a la conclusión de que 
cada vez que dije te amo, 
no fue suficiente.

Que las cosas que siento 
no se pueden resumir en palabras,
por ende, 
el silencio siempre ha sido mas rápido que yo al hablar,
por eso,
cualquier soplido se lleva mis livianas oraciones.

Sentado bajo un árbol de cierto parque 
pensando en las miradas que tienen toga y martillo,
en las bocas llenas de veneno y vértigo,
llegue a la conclusión de que 
vivo en un mundo superficial.

Que lo que te pones habla mas de ti,
que solo importa que tan decorado este el cofre;
por eso los valores que guardas dentro carecen relevancia.
Y que lo malo que haces, perdura
más en la memoria que cualquier acierto.

Acostado después de tomar una siesta en algún motel,
mirando mas allá del techo
he descubierto lo imperfecta que es la muerte,
porque siendo tan puntual, 
cualquiera la usa como juego de mesa.

He descubierto que las realidades varían,
que un día gris para mí,
para otro ha sido colorido,
que cuando todos vemos fijo un punto en un papel
no presisamente estemos viendo lo mismo. Pasa también con las personas.

Esperando en la orilla de un décimo piso,
viendo el intangible horizonte,
me he dado cuenta que la vida es tan efímera
como cualquier tarde.

Que nací en una generación equivoca
que quizá pertenezco a otra época.
A otro tiempo.
Que mi realidad no difiere con ninguna otra.
Que estoy preso en un mundo que no es mio.
Y a cualquier hora en la tarde,
trato de buscar, no donde encajar, 
pero si un lugar donde valga la vida 
perder el tiempo de mi existencia.