𝓔𝓵 𝓶𝓾𝓷𝓭𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓶𝓸𝓷𝓼𝓽𝓻𝓾𝓸: 𝓭𝓲𝓮𝓬𝓲𝓼𝓮𝓲𝓼
Cada cosa que ocurría, cada cosa que veía o tocaba se sentía diferente estando lejos de mi hogar. El largo y pomposo vestido color beige que llevaba puesto estaba adornado con detalles brillantes, reflejando la luz tenue que se filtraba por las ventanas. Era como si cada fibra de la tela intentara hacerme olvidar mi realidad. Cuando me sometía a estos cambios y el ángel me brindaba cosas desconocidas y asombrosas, casi olvidaba mi condición de alma subordinada. Por escasos segundos, mientras me veía frente al espejo en el cuarto de aseo de Lucius, casi olvidaba... casi ya no se sentía tan mal.
Pero... todo eso era efímero.
Todo eso era un engaño a mí misma.
Quizá, fuera una forma desesperada de mi mente por darle sentido a mi nueva realidad de una manera menos amenazante. Quizás era mi manera de sobrevivir.
—¿Ya puedo pasar? —la voz de Caelus resonó detrás de la puerta. Escuchar su tono, cargado de una calma perturbadora, traía a mi mente el recuerdo del rencor, pero también avivaba la llama de la esperanza por conseguir escapar.
—Adelante.
Apenas entró, lo noté. Caelus era un ángel, y al menos en la forma que me mostraba, se veía increíblemente guapo. Su rostro, esculpido con una perfección casi dolorosa, me resultaba atractivo, algo que podía reconocer incluso a pesar de mi desprecio hacia él. Los rizos de su cabello castaño claro caían de manera perfectamente desordenada, y sus ojos brillaban con una intensidad hipnótica que, aunque lo detestara, atrapaban mi atención. Su atractivo era innegable, pero no tenía ningún efecto sobre los sentimientos que despertaba en mí. A pesar de su belleza, el rechazo seguía ardiendo en mi interior. Llevaba un traje en tonos beige, exactamente a juego con mi vestido, un detalle que no era accidental. Debíamos de aparecer como una pareja encantadora, una ilusión cuidadosamente diseñada para engañar a todos.
Se aproximó y quedó de pie a mis espaldas, justo frente al gran espejo, el mismo que me permitía observarlo descaradamente con disimulo. Sus ojos recorrieron mi reflejo antes de que hablara.
—Luces realmente preciosa —susurró suavemente, con una sonrisa en los labios—. ¿Puedo? —Hizo un gesto con las manos que no comprendí del todo. Levantó las manos con lentitud, pero no se acercó.
Le respondí con una mirada interrogativa.
—Has dicho antes que odias que te toque, por eso te pregunto... ahora de manera más específica, ¿me dejarías tocar tu cabello? Tengo buenas intenciones.
Dudaba que los ángeles pudieran tener buenas intenciones. Incluso podría querer jalarme el cabello. Sin embargo, su aura, envolvente y casi seductora, no daba indicios de que quisiera desquitarse conmigo de esa manera. Su cercanía no era agresiva, y sin embargo, no dejaba de ponerme alerta.
—Estaré observando. Si me disgusta, te diré que te detengas.
Caelus soltó una risa, una carcajada corta y seca, pero no del todo maliciosa. Parecía sorprendido.
—Vaya... —dijo, todavía sonriendo—, veo que después de esa honesta conversación que tuvimos, las cosas han mejorado entre nosotros. Me alegra.
Mantuve silencio. No deseaba darle más poder sobre mí del necesario. Cuando sus manos finalmente tocaron mi cabello, fue inevitable sentir cierto placer. Era delicado, como si en lugar de peinarme, me acariciara. Sentía la calidez de sus dedos deslizándose entre mis mechones, y la sensación era tan extraña como incómodamente agradable. Sacó algo de su bolsillo, y con eso comenzó a organizar mi cabello. Parecía increíblemente concentrado, como si estuviera realizando una tarea de vital importancia. Su presencia detrás de mí provocaba una ligera tensión, pero no del tipo que me hacía temer por mi seguridad, sino una que se manifestaba en forma de cosquillas.
—Este peinado se verá perfecto con la corona de flores —dijo finalmente. Mi cabello estaba sujeto en un moño intrincado, con trenzas que lo rodeaban elegantemente. Al verme en el espejo, sentí un destello de satisfacción; lucía incluso más bonita con el peinado y el vestido. Sólo faltaba un toque de color en mis labios y rostro para complementar el conjunto.
—¿Corona de flores? —repetí, mi curiosidad buscaba respuestas.
Caelus sonrió y, con un gesto me mostró una delicada corona. Era una obra maestra hecha de oro fino, con flores de almendro esculpidas con exquisito detalle. Cada flor parecía estar viva, con pétalos abiertos en una exhibición de delicada belleza. Los tonos dorados brillaban a la luz, dando la impresión de que las flores habían sido bañadas por la luz del sol.
—Es tradición para los ángeles que van a unir sus destinos ofrecer tres coronas a su criatura amada —explicó—. Se dice que quien propone la unión es quien debe entregarlas, para merecer el corazón del otro.
—Entonces, en esta mentira que te has inventado, ¿tú me has propuesto matrimonio? —pregunté, sarcástica, aunque el brillo en sus ojos me advirtió que probablemente no estaba bromeando tanto como pensaba.
—Algo así, mi Celestia. Aunque, te adelantas un poco a mi cortejo romántico.
—¿Qué estás diciendo...?
Y entonces, lo hizo. Caelus se inclinó ligeramente hacia mí, como si estuviera a punto de arrodillarse en un gesto que evocaba una propuesta. Su mirada permanecía fija en la mía, intensa y envolvente, mientras el aire entre nosotros parecía vibrar con una carga emocional extraña.
—Celestia —dijo con suavidad, pero con una inquebrantable determinación en sus palabras—, ¿aceptarás unirte a mí en esta farsa, con deseos de justicia?
Sentí un nudo en el estómago. La teatralidad de la situación no restaba importancia a su gravedad. Mi mente procesaba sus palabras, y una sensación de asfixia se arrastraba dentro de mí.
—Nuestros conceptos de justicia son algo diferentes—repliqué—. Es descarado de tu parte hacer ver como si tuviera opción para dar una respuesta diferente.
El silencio se hizo denso entre nosotros. El peso de su mirada parecía hacer que el aire se volviera aún más espeso, como si estuviera esperando, paciente pero implacable. Su cercanía era una constante presión.
—Me gusta el romanticismo tradicional—dijo, con una leve sonrisa—. Vamos, ¿me aceptas?
Sabía que la elección era sólo una ilusión. Había un solo camino frente a mí, un sendero que él había trazado. Sus ojos seguían fijos en los míos, y su rostro, con ese aire de misterio, aguardaba mi respuesta.
—Acepto —murmuré, dejando que la palabra cayera como una sentencia inevitable.
Extendí mis manos para recibir la corona, pero en lugar de ello, él las tomó con una suavidad que no esperaba. Muy lentamente, Caelus se aproximó para depositar un beso en cada una de ellas, sus labios cálidos rozaron mi piel haciéndome estremecer. Luego, se levantó con la misma calma imperturbable y, pronunciando unas palabras en un idioma que no logré comprender, y que a mis oídos sonó parecido a un gruñido distante, colocó la corona de flores sobre mi cabeza. Con ese último detalle, el conjunto estaba completo. Era el momento de iniciar el espectáculo.
—Lucius está esperando. Él te llevará; yo no sé conducir esas horripilantes cosas. Tengo mis alas para eso. Alas que tú rechazaste, por cierto —se burló, con esa sonrisa que siempre insinuaba más de lo que decía—. Llegaremos juntos, pero te pediré que aguardes en el transporte hasta que yo vaya por ti. Confío en Lucius, aunque sé que mis palabras probablemente no basten para dejarte tranquila.
—Al menos esta vez me has anticipado tu plan, así que supongo que no será tan terrible.
Caelus no respondió de inmediato. En lugar de ello, se quedó quieto, su mirada se mantenía fija en mí. Sentí cómo sus ojos recorrían mi figura con una intensidad que, aunque no pronunciaba palabra alguna, hablaba por sí sola. Era como si, por un instante, estuviera viendo algo que no había previsto. Por el reflejo en el espejo pude verlo con más distancia y claridad, la imagen de él admirándome, imperturbable.
La puerta se abrió de golpe, rompiendo la tensión.
—Escuché ruido, así que imaginé que estarían listos —dijo Lucius, interrumpiendo la escena y entrando en el cuarto de aseo con una expresión neutral—. Es raro ver a Caelus de esta forma.
Lucius, según sus propias palabras, era el amigo más cercano de Caelus, pero no conocía el disparatado plan en el que nos encontrábamos. Esto se justificaba, según él, en que Lucius era extremadamente respetuoso de la verdad, la honestidad y las reglas, por lo que no habría sido capaz de soportar la mentira si se la revelaba. Por esa razón, también teníamos que actuar frente a él.
—Lo lamento —dijo Caelus, con un tono de fingido arrepentimiento—, pero mi corazón se conmueve al ver a mi futura esposa con la corona de flores. Ya no veo la hora de ponerle las demás.
—Estás abusando de mi tiempo, Caelus, y sabes cuánto lo odio. Hagamos esto rápido —respondió Lucius con firmeza, cruzando los brazos con evidente molestia.
Estaba totalmente de acuerdo con él.
Nos dirigimos al transporte. Caelus se despidió con una inclinación antes de extender sus alas y despegar hacia el cielo con un elegante y calculado movimiento. Lucius me acompañó en su lugar. Frente a nosotros, el transporte era algo que jamás había visto: una gran esfera transparente que parecía flotar a unos pocos centímetros del suelo. Al acercarnos, la esfera emitió un ligero brillo y una puerta invisible se abrió, invitándonos a entrar.
—Adelante —me indicó Lucius.
Entré con cautela, y al instante, la esfera cambió de tonalidad, cubriéndonos con una capa opaca que bloqueaba cualquier vista desde el exterior. El interior era espacioso, pero lo que más llamaba mi atención era la forma en que Lucius manipulaba el vehículo. Sus manos se colocaron en zonas estratégicas a lo largo de las paredes de la esfera, y con un movimiento apenas perceptible, la esfera comenzó a moverse. Era como si todo lo que tocaba cobrara vida bajo sus dedos.
La sensación del viaje era intensa. El mundo fuera de la esfera parecía moverse a una velocidad vertiginosa, mientras todo a nuestro alrededor se desdibujaba. Sentía una incomodidad creciente en el estómago, como si mi cuerpo no estuviera diseñado para moverse de esa manera. Era difícil mantener el equilibrio, y cuando finalmente aterrizamos, me costó varios segundos recuperar el control de mis piernas.
—Hemos llegado —anunció Lucius con tono impasible.
Miré a mi alrededor, aún mareada, y me apoyé en una de las paredes de la esfera para no tambalearme.
—Esperemos aquí, por favor —le dije, con una voz que sonaba más débil de lo que me hubiera gustado—. Caelus ha dicho que vendrá por mí, me ha pedido que lo espere.
Lucius asintió con una expresión indescifrable.
—Sí, claro.
El ángel se quedó en silencio junto a mí, lo que me permitió sumergirme en mis pensamientos. Estar a solas con él era una experiencia extraña. No lo conocía realmente, más allá de lo que Caelus me había contado, y aunque sabía que era su amigo, aquella amistad me parecía sospechosa. Además, Lucius era quien mantenía bajo su cuidado a Jo, mi querido Jo. Me preguntaba qué estaría haciendo él en esos momentos, si sabría que estaba aquí conmigo o si conocía la supuesta farsa del compromiso. Estaba segura de que, de enterarse, no lo creería. Jo me conocía demasiado bien como para creer en algo así.
—Sé que es un poco importuno preguntar esto, quizás, pero... tengo mucha curiosidad —dijo Lucius, rompiendo el silencio—, con honestidad me gustaría saber, ¿de verdad está usted enamorada de Caelus?
Su tono era medido, pero no supe de inmediato qué responder. No había esperado que hiciera preguntas, imaginaba que se mantendría callado, que sería un largo e incómodo silencio lo que nos acompañaría hasta la llegada de Caelus.
—Lo que siento por Caelus es algo que no podría expresar con simples palabras.
Mi respuesta era autentica, aunque tal vez sí conocía perfectamente las palabras que podían describir cómo me sentía gracias a él, pero eso era algo que debía guardar para mí, al menos por un tiempo. Además, a esta altura, Caelus y yo ya éramos aliados, de una manera forzosa, pero lo éramos.
—Ya veo —dijo él, mostrando una mirada pensativa.
—Señor Lucius —tomé aliento, sintiendo que su pregunta me había dado la confianza para hacer la mía—, ¿puedo preguntarle algo yo?
Lucius se mostró imperturbable, pero asintió con un leve gesto.
—Como usted sabe, Jo, su subordinado, solía convivir conmigo. Fuimos educados por la misma alma cuidadora —noté cómo sus ojos se iluminaban levemente al escuchar el nombre, evidenciando un cambio sutil en su expresión—. Para mí, él es como familia. No estoy segura de si los ángeles pueden entender eso, pero me gustaría poder ver a Jo más a menudo. Caelus lo sabe, pero me ha dicho que, aunque desea hacerme feliz, el tiempo y la disposición de Jo dependen de... usted.
—Entiendo hacia dónde apunta, señorita —respondió, con una seriedad que me hizo sentir un escalofrío—. La respuesta a su solicitud deberá ser evaluada.
Mis esperanzas se desmoronaron al instante.
—Lo entiendo —dije, tratando de ocultar la decepción en mi voz. Los ángeles no comprenderían. Para ellos, las almas éramos objetos, y nuestros sentimientos carecían de valor. Ellos eran la ley, y eso me dejaba impotente.
El repentino chirrido de la puerta de la esfera rompió el hilo de mis pensamientos. Caelus apareció en el umbral, su mirada primero se enfoco en mí, pero rápidamente fue dirigida a Lucius con una punzada de resentimiento.
—¿Por qué mi amada tiene una expresión de tristeza profunda? —preguntó, con su tono cargado de falsa preocupación.
Lucius, sin molestarse en mirarlo, desvió la atención.
—Al fin llegas —dijo con una mezcla de impaciencia y desdén—. Me marcho. Deja de cobrarme estúpidos favores. Mi tiempo es valioso.
Salí del transporte junto a Caelus, observando cómo Lucius se alejaba con pasos firmes y decididos. Su desprecio hacia mí era palpable, y me dejó con un mal sabor en la boca. No era de extrañar, después de todo, yo no era más que un alma entre las tantas que ellos controlaban, pero aún así me dolía, pues era la única carta para acercarme a Jo. Los ángeles eran tan fríos, distantes, incapaces de comprender la humanidad.
Caelus, ahora desaliñado por el viento del vuelo, parecía algo más informal. Su cabello lucía un poco despeinado, y su camisa se encontraba ligeramente desabrochada en los primeros botones cercanos al cuello. Me ofreció su brazo, y lo tomé al instante. Nos dirigíamos juntos hacia la Cúpula Celestial, una estructura majestuosa, cuyo domo de cristal irradiaba una luz que parecía capturar y reflejar la esencia misma del cielo. A medida que nos acercábamos, las criaturas divinas comenzaban a aparecer, cada una más imponente que la anterior. La atmósfera se llenaba de sus miradas, pesadas como el juicio, llenas de desprecio y desdén sobre nosotros.
—Parece ser que seremos el espectáculo principal de hoy, querida —murmuró Caelus, al menos mantenía su inquietante sentido del humor.
—¿Puedes recordarme qué clase de horror de espectáculo veremos aquí? —pregunté, sintiendo que mi estómago se retorcía con la anticipación.
—¡Ah! —dijo él, con tono irónico—, la cúspide del entretenimiento de los míos: peleas de almas. ¿Cómo te suena eso?
La idea de ver almas peleando hasta la muerte me revolvía el estómago.
—Es probable que quiera vomitar.
Caelus rió suavemente. —Me aseguraré de que lo hagas en las alas de mis enemigos.
A medida que nos aproximábamos a la entrada de la cúpula, las miradas continuaban. Caelus, sin inmutarse, avanzaba con seguridad, mientras yo trataba de no dejarme aplastar por la presión de ser el centro de atención. El desprecio era palpable, pero entre las miradas hostiles también había algo más que no lograba descifrar.
Entramos en la cúpula y nos ubicaron en un palco especial, elevado sobre el resto del anfiteatro, desde donde podíamos observarlo todo. Las criaturas divinas que nos rodeaban conversaban entre sí, pero sus voces eran una cacofonía de sonidos incomprensibles, entre agudos chillidos y gruñidos que retumbaban de manera desagradable en mis oídos. Mi incomodidad aumentaba con cada segundo, mientras mis dedos jugueteaban nerviosamente con los pliegues de mi vestido, buscando una distracción.
—Ya va a empezar —murmuró Caelus, tomando mi mano. Su agarre era firme, como si pretendiera transmitirme calma, pero en lugar de apaciguarme, solo me tensó más.
El espectáculo comenzó de manera brutal. Una caja en el centro de la arena se abrió, liberando a tres almas divinas. Estaban desnudas y desnutridas, sus cuerpos deformados por el hambre y el sufrimiento. Una se arrastraba por el suelo, la segunda avanzaba en cuatro patas como una bestia, y la tercera, encorvada y tambaleante, luchaba por mantenerse en pie. En el extremo opuesto de la arena, otra caja se abrió, revelando a dos almas divinas en mejor estado. Una de ellas, corpulenta y agresiva, blandía una cadena de púas, gruñendo con rabia. La otra, igual de imponente, parecía una criatura desbocada.
El combate no tardó en desatarse. En cuestión de segundos, las almas se lanzaron unas contra otras con una violencia desgarradora. Mordían, golpeaban, desgarraban carne sin piedad. El primer alma en caer fue la que se arrastraba, su cuerpo quedó inmóvil en el suelo, como si la vida la hubiera abandonado por completo.
Las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas antes de que pudiera detenerlas.
—No puedo ver más, no puedo soportarlo... —dije en un susurro, con la voz quebrada por el horror.
Miré a Caelus, esperando alguna reacción, pero para mi sorpresa, no estaba mirando la pelea. Me estaba mirando a mí. Sus ojos estaban fijos en mí, como si quisiera leer cada una de mis emociones, estudiar mi sufrimiento. Era una observación extraña, casi sádica, pero había algo más en su mirada, una preocupación que no entendía.
—Ya es suficiente para irnos —sentenció, interrumpiendo mis pensamientos.
Me sorprendí. El plan original había sido diferente según lo conversado, sin embargo, no discutí. Me levanté apresuradamente, pero apenas dimos unos pasos, fuimos detenidos por ángeles de seguridad.
Sin mediar palabras, me apresaron con lazos mágicos, atándome las manos y los pies con fuerza.
—¿Qué significa esto? —protestó Caelus—. No pueden aprisionarla, ella es mi prometida.
Uno de los ángeles de seguridad, de estatura imponente, con hombros anchos y una postura autoritaria, dio un paso al frente. Era alto, probablemente más de dos metros, y cada uno de sus movimientos parecía vibrar con una fuerza contenida. Su rostro, parcialmente cubierto por una armadura de luz opaca, mostraba una mueca de disgusto.
—Caelus —dijo con voz grave—, escuché los rumores. Te aprecio y no quiero causar un escándalo. Arreglemos esto en una conversación calmada. Déjanos llevarla. Te la devolveremos cuando hayamos aclarado la situación.
Caelus no pareció dispuesto a ceder, pero ante la mirada atenta de los espectadores y el horror del combate que continuaba, sabía que el momento era crítico. Antes de que pudiera decir más, fui levantada por uno de los ángeles, quien me lanzó sobre su hombro como si fuera un objeto. No hubo compasión en sus acciones cuando me sujetaron como si fuera un saco de basura, colgando mi cuerpo al hombro de una de las criaturas divinas. El ángel era tan alto que temía caer y estrellarme contra el suelo, sin la posibilidad de amortiguar el golpe. No sentí consideración alguna cuando, segundos más tarde, me lanzaron al suelo en una fría y oscura habitación. El cuarto estaba impregnado de un frío penetrante, y todo a mi alrededor era vacío y desconocido.
Entonces, comenzaron los ruidos. Gruñidos, movimientos, sonidos inhumanos que parecían multiplicarse en la oscuridad. Intenté ver algo, pero era como si mis ojos no funcionaran en aquel lugar. La oscuridad era densa, casi física. La sentía envolverme, y mi respiración se volvió irregular mientras luchaba por no dejar que el miedo irracional tomara control de mi mente. Tenía que mantenerme alerta, enfocada. Tenía que confiar en que encontraría una solución.
De repente, además de los gruñidos, escuché llantos. Sollozos suaves que rompían el silencio.
—¿Hay alguien ahí? —pregunté, mi voz sonó temblorosa, casi rota por el miedo. Reuní fuerzas y hablé más firme—. ¿Hola?
—¿Hola? —respondió una voz clara, masculina y suave.
—¿Quién eres? ¿Dónde estamos?
—Shhh... calla, por favor —la voz se escuchó más cerca, y de pronto sentí una mano rozando mi brazo. Me sobresalté, pero la presión de sus dedos era cuidadosa, como si intentara localizarme en la oscuridad.
—Estás... estás amarrada —murmuró, con la respiración agitada. Sus manos dejaron de tocarme y se quedó en silencio. Era evidente que estaba tan asustado como yo.
—Mi nombre es Celestia, no soy una amenaza. ¿Quién eres tú?
—No... no recuerdo mi nombre. No sé cómo llegué aquí ni cuánto tiempo ha pasado.
—Por favor, libérame —supliqué, intentando sonar serena—. Puedo ayudarte.
Hubo un largo silencio antes de que sintiera sus manos nuevamente, esta vez más seguras. Con dificultad, logró soltar mis muñecas, y yo misma me encargué de desatar mis pies. El tacto de las cuerdas era áspero y rugoso, y mis manos temblaban con el esfuerzo.
—¿Eres un alma divina? —pregunté mientras intentaba ubicarme palpando la fría y rugosa superficie que nos rodeaba. Tenía la sospecha de que no estábamos solos.
—Sí, lo soy... ¿tú también, no es así?
—Sí. Tenemos que salir de aquí.
—¡No! —gritó de repente, su voz se escuchó quebrada por el pánico—. ¡No podemos! La única salida nos llevará a la pelea... ¡los han llevado a la pelea y no regresan!
Imaginaba su rostro en ese momento, distorsionado por el terror. Mi corazón latía con fuerza, pero traté de mantener la calma.
—Tranquilo. Encontraremos otra forma. ¿Hay alguien más aquí que pueda ayudarnos?
—No... no lo sé. Parece que todos aquí están... como...
—¿Fuera de sí? —terminé la frase por él, recordando a las almas que había visto antes, tan desprovistas de humanidad.
—¿Los has visto?
—No acabaremos como ellos. Mantente cerca de mí. Confía en mí y sigue mis instrucciones, ¿de acuerdo? Te ayudaré.
Tomé su mano. Era más alto que yo, pero sus dedos temblaban bajo mi agarre. Mientras lo guiaba en la oscuridad, tropezábamos con otros cuerpos, criaturas que parecían estar inconscientes o tal vez perdidas en algún abismo mental. Fingí fortaleza para él, aunque dentro de mí el miedo me roía. Al menos, quería transmitirle esperanza, algo por lo que seguir luchando.
Caminamos durante lo que parecían horas, pero la oscuridad lo hacía todo eterno, infinito. Aún en la desesperación, no podía confiar solo en que Caelus vendría por mí. Tenía que luchar por mi vida.
—¿Has identificado las paredes? —le pregunté cuando ya llevábamos un rato sin rumbo.
—Sí, llevan a la puerta de combate... —respondió, más calmado, aunque su voz aún cargaba la sombra del miedo.
—Gran truco de los ángeles —murmuré con amargura.
Mis pensamientos volaban, buscando soluciones. Todas las alternativas eran riesgosas, pero no podía quedarme quieta.
—Como no recuerdas tu nombre, te llamaré... Elian. Vamos a luchar, Elian ¿De acuerdo?
Sentí que su mano temblaba nuevamente, y lo apreté con fuerza, envolviéndolo en un abrazo firme, transmitiéndole el calor de mi determinación.
—Sé que tienes miedo. Lo entiendo. Pero esta es nuestra carta de salida. Prometo que lucharé, te ayudaré...
—No soy fuerte... —murmuró, su voz se escuchaba entrecortada—. No soy fuerte...
—Yo tampoco —respondí con una risa nerviosa, casi al borde de las lágrimas—, pero nuestra forma de luchar será diferente. Vamos a correr.
—¿Correr?
—Sí, vamos a huir. A veces, escapar es también una forma de luchar. Lo más importante ahora es sobrevivir. Corre tan rápido como puedas, ¿de acuerdo?
Aunque no podía verlo, sentí su silenciosa aceptación en el leve apretón de su mano. Como si, a través de ese contacto, nos hubiéramos transmitido mutuamente el valor necesario para enfrentar lo que venía. Apreté su mano con fuerza, intentando infundirle el último vestigio de coraje que me quedaba.
—¿Listo?
—Listo —respondió al fin.
Él tomó la iniciativa esta vez, guiándome con pasos cautelosos mientras el ambiente se volvía más pesado, como si el aire mismo cargara la tensión de lo que se avecinaba. Cada paso nos acercaba más a la batalla, palpable antes de que siquiera pudiéramos verla. Tras lo que parecieron horas de un tenso avance, una puerta se abrió frente a nosotros, liberando una luz cegadora. Al cruzarla, nos encontramos en el borde de la arena, donde el rugido del combate resonaba con furia, envolviéndonos en su estruendo.
En un instante, mis sentidos se agudizaron con una claridad aterradora: las almas divinas, corpulentas y grotescas, aguardaban como bestias hambrientas, listas para abalanzarse. Los cadáveres de los caídos manchaban la arena con su presencia desoladora, mientras los gritos ensordecedores del público resonaban en una cacofonía de expectación y locura. Parecía que nuestra llegada había avivado su sed de sangre, como si estuviéramos destinados a ser las próximas víctimas en su grotesco espectáculo.
Mi corazón martillaba en mi pecho, pero el miedo me otorgó una extraña lucidez: localicé de inmediato la salida más cercana, la misma por la que había entrado al estadio.
—¡Corre! —grité, sin apartar la mirada de los colosos que comenzaban a moverse en nuestra dirección.
Giré brevemente la cabeza para asegurarme de que Elian venía detrás de mí, y efectivamente, corría a la par conmigo. Nuestros pasos resonaban en la arena, y los gritos de la multitud pronto se transformaron en abucheos cuando se dieron cuenta de que no íbamos a luchar. Un sentimiento de rabia y desprecio me inundó. No podía entender cómo disfrutaban del sufrimiento ajeno, cómo éramos simples juguetes para su entretenimiento. Nos veían como seres inferiores, incapaces de sentir, amar o sufrir como ellos.
—¡Ah! —El grito de Elian, seguido por el ruido de su caída, me hizo detenerme en seco. Miré hacia atrás y vi que nuestras perseguidores nos ganaban terreno. Miré alrededor rápidamente, pero no había armas a mano. Nos enfrentábamos a una pelea cuerpo a cuerpo, literalmente.
La desesperación me golpeó, pero no me paralizó. Actuando por instinto, desgarré un trozo de mi vestido, improvisando una correa, y me quité el corsé, sacando uno de los cristales grandes que adornaban el centro. No era un arma afilada, pero serviría para ganar algo de tiempo.
—No quiero lastimar a nadie —susurré, mientras me acercaba a Elian y lo ayudaba a levantarse. No me había dado cuenta antes, pero cojeaba, seguramente había forzado demasiado su cuerpo intentando seguirme el ritmo. El estómago se me revolvió al pensar en su valor, en cómo había confiado en mí ciegamente.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, con la voz entrecortada por el esfuerzo.
—Te prometí que te ayudaría. Vamos a salir de aquí juntos.
Elian me miró un segundo y, al darse cuenta de lo que había hecho con mi vestido, se quitó los zapatos y los sujetó firmemente con ambas manos, como si se preparara para la última batalla.
—Maldición. Tenemos que seguir corriendo —le insistí, con mi voz cargada de urgencia. Elian me miró, asintiendo en silencio, y volvimos a emprender la marcha.
Mientras avanzábamos, Elian lanzó sus zapatos hacia las criaturas, aunque falló en ambos intentos. Yo, con el cristal en la mano, lo arrojé con toda la fuerza que tenía y logré impactar a una de las almas divinas. El golpe resonó en su piel, pero apenas la afectó.
De repente, un estruendo ensordecedor interrumpió el caos. Los gritos del público se apagaron, y las almas corpulentas se detuvieron en seco. Elian también se paró de golpe, pero yo no me detuve hasta varios pasos más adelante, tardando un segundo en notar su ausencia.
—¡Elian, vamos! ¡Corre! —le grité, desesperada.
Sin embargo, él no reaccionaba. Parecía en un trance. Volví sobre mis pasos y le di unas suaves palmadas en las mejillas hasta que me miró.
—Celestia... —murmuró, confuso.
—¡Tenemos que seguir! ¡Vamos!
—Celestia... —repitió, su voz resultaba apenas audible. Lentamente, comenzó a caminar conmigo, dejándose arrastrar.
Pero no logramos avanzar mucho más. Un grupo de ángeles guardianes descendió del cielo, rodeándonos en cuestión de segundos. La furia y el miedo se entremezclaban en mi pecho. No había escapatoria. Elian y yo nos detuvimos, derrotados por la inevitabilidad.
Reconocí al ángel que antes había hablado con Caelus entre ellos. Una sensación de incertidumbre se apoderó de mí.
—Ya he tenido suficiente paciencia —gruñó una voz helada que me cortó el aliento. Caelus apareció volando sobre nosotros, su rostro se encontraba torcido por la ira. Sus alas cortaban el aire con una ferocidad palpable mientras descendía.
Caelus, con su imponente presencia y su furia apenas contenida, se posicionó frente a mí, protegiéndome de la patrulla de ángeles que nos rodeaba. Pero yo no podía ignorar la realidad de Elian, quien aún estaba a mi lado, temblando. Sin pensarlo demasiado, me interpuse también entre él y los ángeles, haciendo evidente que no iba a dejarlo atrás.
Mi corazón latía con fuerza, cada latido era un recordatorio de lo cerca que estábamos del desastre.
—Te he pedido que me dejes manejar esto con calma —dijo el guardia, su tono sonó cortante como una cuchilla.
—Y yo te di tiempo suficiente —respondió Caelus, su voz derrochaba desdén—. Pero no has hecho más que empeorar las cosas. Me llevo a Celestia. Ahora.
El guardia era alto, de complexión fuerte, y sus ojos brillaban con una intensidad que transmitía un profundo enojo. Tenía el cabello oscuro, cortado en mechones desordenados que caían alrededor de su rostro anguloso. Su piel dorada resplandecía a la luz de la arena, dándole un aire divino pero aterrador. Vestía una armadura pesada que reforzaba su aspecto intimidante, con inscripciones que parecían antiguas y poderosas. Su semblante, aunque serio, dejaba entrever una oscura satisfacción por la situación en la que Caelus se encontraba.
—Si haces eso, me veré obligado a tomar medidas —advirtió el ángel.
Caelus, sin perder un ápice de su imponente postura, dio un paso adelante, con sus alas extendiéndose levemente, proyectando una sombra sobre el suelo arenoso. Su mirada, llena de fuego, se clavó en el ángel guardián.
—Adelante, toma las malditas medidas que quieras —replicó, con un evidente aire de desafío—. Pero si valoras mínimamente tu miserable existencia, ni pienses en separarla de mí otra vez. Mantén tus manos lejos de ella...
El guardia esbozó una sonrisa maliciosa.
—Oh, por supuesto que sí.
* * *
Gracias por leer <3
Es el capítulo más largo hasta ahora (+ de 4.500 palabras) me divertí escribiéndolo. Decidí subirlo a penas lo acabé, así que este quedará como el cap de la semana, a menos q me llegue tiempo e inspiración para hacer otro para el domingo.
Por favor comenta y vota, ¡eso me anima mucho!
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