20 de octubre, 2018.

Nuevamente, me encontré con Rogers en el baño. Esta vez estaba tendido en el suelo con los cabellos alborotados y su mirada perdida. Decidí ayudarlo, aunque no estaba en mis planes hacerlo, claramente. Después de todo, Ángel solía alejarse de todos, exiliarse a sí mismo del entorno.

Cuando me acerqué, el cuerpo de Ángel retrocedió sin darme la oportunidad de ayudarlo. El pequeño se puso de pie lentamente y con algo de dificultad, quedando en frente de mí, mirándome fijamente. Ingrato.

—Solo intentaba ayudar —murmuré yo, sintiéndome ofendido por el actuar del chico. Rogers siguió mirándome fijamente, no había brillo alguno en sus ojos bicolor.

—Claro —espetó Ángel con ironía, caminando hacia los lavabos, pero lo agarré inesperadamente de su brazo, deteniéndolo.

—¿Qué mierda quieres decir con eso y en ese tono? —cuestioné, furioso, con la situación. Rogers solamente se encogió de hombros y, sin predecirlo, lo tiré al suelo de un jalón—. No sé qué crees de mí, pero no me metas en la misma bolsa que esos imbéciles.

—¿Y por qué debo hacerte caso? Eres igual de prepotente que ellos, igual de imbécil y estúpido. Estoy seguro. —Esas palabras provocaron algo en mí, pero no furia, sino, un dolor profundo que no supe a qué se debía. Entonces, como un idiota guiado por el miedo y dolor, golpeé el rostro de Ángel. No fue una o dos veces, lo hice hasta que el chico no pudo moverse y sangraba exageradamente.

—No vuelvas a fastidiarme, Rogers —advertí al rubio y salí muy enojado de los baños.

Nota: Aquel día, por primera vez, me enfadé de una manera en la que me perdí y me arrepentí por lo que había hecho. Pero no sería la última...