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𝟑𝟑: bienvenida a tu jaula

El avión privado se deslizaba por el cielo nocturno como una sombra elegante entre las nubes. Surcaba el firmamento con destino a Nueva Orleans. El aire dentro de la cabina era cálido, pero el ambiente… gélido.

Klaus y Elena iban sentados uno frente al otro en amplios asientos de cuero, separados apenas por una pequeña mesa de madera oscura. No había palabras entre ellos. Solo miradas que no se encontraban, silencios que gritaban y una tensión densa, insoportable, que parecía envolver cada rincón de la cabina.

Klaus no apartaba la vista de ella. Sus ojos, intensos como tormentas contenidas, la estudiaban con una mezcla de desconcierto y algo más oscuro. Su mandíbula estaba tensa, sus manos entrelazadas sobre la mesa, y aunque su cuerpo permanecía inmóvil, todo en él transmitía poder… y peligro.

No había dicho una palabra desde que subieron. No necesitaba hacerlo. Su presencia lo decía todo.

Elena, en cambio, se aferraba a la ventanilla como si pudiera escapar a través de ella. Miraba el cielo estrellado, o fingía hacerlo, mientras la realidad la consumía por dentro. Las lágrimas bajaban por su rostro en un silencio doloroso, cálido, resignado. No lloraba con desesperación, sino con agotamiento… como si ya no tuviera fuerzas para luchar.

Su respiración era lenta, temblorosa. Cada tanto se llevaba una mano al vientre, como un gesto reflejo, como si su instinto la empujara a proteger aquello que no podía permitir que él descubriera.

No quería que Klaus la viera así.
No quería que supiera que la había quebrado.
No quería darle ese último triunfo.

Pero no podía evitarlo. Las lágrimas seguían cayendo, obstinadas, traicioneras.

A cada minuto que pasaba, el silencio se volvía más insoportable. Ella sentía sus ojos encima, quemándola. No necesitaba mirar para saber que él no dejaba de observarla. Que la analizaba. Que probablemente intentaba adivinar de quién era su bebé.

Pero Elena no pensaba decirle nada.
Porque, aunque él la hubiera arrancado de todo, aunque estuviera llevándola de regreso a su infierno personal a su lado, su hija era lo único que todavía le pertenecía.

Klaus cruzó lentamente una pierna sobre la otra. Se inclinó apenas hacia adelante, aún sin romper el silencio. No era una amenaza directa, pero su cuerpo hablaba por él. Estaba impaciente. Estaba esperando que ella hablara. O que terminara de quebrarse.

Pero ella no lo haría.

Porque a pesar del miedo, del dolor y de todo lo que había perdido, aún le quedaba algo que él no podía tocar: la verdad.

Klaus se inclinó hacia adelante, el respaldo de su asiento crujió apenas. Sus ojos seguían clavados en Elena, con una mezcla de furia contenida y algo mucho más peligroso: decepción. No hablaba aún, pero el silencio que lo rodeaba era como una amenaza latente.

─ ¿Vas a seguir fingiendo que no estoy aquí, amor? ─ soltó al fin, con la voz baja, afilada ─ ¿O estás esperando que me conmueva con tu espectáculo de lágrimas?

Elena no respondió. Mantenía la mirada perdida en la ventanilla, fingiendo que no lo escuchaba, pero su respiración temblorosa y el leve movimiento de su mano sobre su vientre la delataban. Seguía protegiendo instintivamente a su bebé, como si pudiera ocultarlo con solo ese gesto.

Klaus ladeó la cabeza, observándola con atención. Sus ojos bajaron, una vez más, hacia su vientre. No había ternura en su expresión, pero tampoco desprecio. Solo tensión. Como si su mente no logrará resolver el rompecabezas que tenía delante.

─ Decidiste irte, desaparecer… y guardar silencio ─ continuó de repente Klaus, su tono frío, más personal ─ ¿Qué fue lo que tanto te asustó, Elena? ¿Que descubriera tu secreto? ¿O que no me importara?

Ella apretó los labios. Las lágrimas seguían cayendo, pero ahora no solo por miedo. Era rabia también. Dolor de viejas heridas que él no entendía… o no quería entender.

─ No me iba a quedar con alguien que solo me quería por mi sangre ─ susurró Elena, sin mirarlo a los ojos. Su voz temblaba, cargada de dolor, pero firme en su decisión.

Klaus frunció el ceño por un instante. La frase lo descolocó, aunque no lo admitiría. Lo cierto era que, sí, al principio ese había sido el plan: mantenerla cerca, tener acceso a su sangre, aprovechar su existencia como un recurso valioso.

Pero todo había cambiado.

La conexión que habían compartido… no había sido fingida.

Aun así, no dijo nada. No lo negó. No la corrigió.

En lugar de eso, se rió. Una risa seca, burlona, sin una pizca de calidez.

─ ¿De verdad piensas que eso cambia algo, Elena? ─ murmuró Klaus con una sonrisa ladeada, cargada de burla ─ qué conveniente es para ti pintarte siempre como la inocente… y a mí como el monstruo.

La miró con frialdad, como si no le afectará en absoluto.

Elena sintió un nudo en la garganta, pero no le respondió. Solo bajó la mirada, aferrándose aún más a su vientre, mientras el avión continuaba su descenso hacia Nueva Orleans.

Él se recostó en el asiento, cruzando los brazos, pero su mirada seguía fija en ella. Más dura que nunca.

─ Eres mía, Elena. Y no importa cuántas veces intentes huir… seguirás siéndolo.

Elena cerró los ojos con fuerza. El temblor de su cuerpo era visible. Su mano seguía sobre su vientre, aferrándose a la única parte de su vida que aún sentía suya.

Klaus no le gritaba. No la tocaba. Pero su voz, sus palabras, lo hacían igual de cruel.

No hacia la hija que llevaba dentro.
Sino hacia ella.

[...]

El avión tocó tierra con un leve impacto y rodó suavemente por la pista, mientras el murmullo de los motores comenzaba a disminuir. Afuera, la noche de Nueva Orleans era espesa, húmeda, y tan cargada de electricidad como el silencio dentro de la cabina.

Elena apenas se movió. Seguía en su asiento, con los ojos hinchados por el llanto silencioso, la espalda tensa y la mano aún apoyada en su vientre. Todo en ella gritaba resistencia muda.

Klaus se puso de pie sin prisa. Su silueta se recortó imponente contra la iluminación interior del avión. Su rostro era inescrutable, pero sus movimientos estaban llenos de determinación.

Sin decir una palabra, extendió la mano y la tomó del brazo.

No con ternura.
No con brutalidad.
Sino con ese tipo de fuerza que no da opción. Firme. Inquebrantable.

Elena se resistió por reflejo, apenas un instante. Pero él solo la miró. Una advertencia muda brillaba en sus ojos: no lo intentes. Y ella, sin fuerzas para desafiarlo, se dejó llevar.

Descendieron por las escaleras del avión bajo el cielo oscuro. El calor pegajoso de Nueva Orleans los envolvió de inmediato como un recordatorio de a dónde pertenecía él… y de dónde ella nunca podría escapar.

A unos metros, un coche negro los esperaba con el motor encendido y un híbrido apostado junto a la puerta trasera, con la mirada baja, como si ni siquiera se atreviera a respirar sin una orden.

Klaus no aflojó su agarre mientras la guiaba hacia el vehículo. Elena, con la cabeza baja, caminaba con pasos lentos, resignados. Pero su otra mano seguía aferrada a su vientre… como si eso fuera lo único que aún podía proteger.

Y quizás, lo era.

El camino desde la pista hasta la mansión Mikaelson fue largo y silencioso. La camioneta negra avanzaba por las calles húmedas y oscuras de Nueva Orleans, escoltada por el zumbido distante de insectos nocturnos y luces parpadeantes en la distancia.

Elena iba sentada junto a la ventana, con el rostro vuelto hacia el vidrio, observando sin ver. Su mano seguía en su vientre, protectora. No había dicho una sola palabra desde que subieron al vehículo. Klaus, sentado a su lado, tampoco.

Él la miraba de vez en cuando, de reojo, como si esperara que rompiera el silencio. Pero no lo hacía. No iba a hacerlo.
Él la había traído a la fuerza. Ella no tenía por qué darle nada más.

Finalmente, las rejas de hierro forjado se abrieron frente a ellos. La camioneta cruzó el umbral de la mansión Mikaelson, imponente y majestuosa bajo la luz de los faroles. Una sombra viva entre las antiguas estructuras del Barrio Francés.

El vehículo se detuvo.

Klaus bajó primero, sin prisa. Luego extendió la mano hacia Elena. No para ayudarla… sino para asegurarse de que bajara.

Ella lo miró solo un segundo, con la rabia muda de quien ha perdido demasiado… y bajó sin decir nada.

Apenas pusieron un pie en el suelo empedrado del patio, la puerta principal se abrió de golpe.

─ Por fin llegas, estaba empezando a... ─ Rebekah se detuvo en seco al ver quién lo acompañaba.

Sus ojos se abrieron de par en par al reconocer a Elena, y aún más al ver su vientre claramente abultado bajo la ropa. La sorpresa la dejó sin aliento.

─ ¿Qué…? ─ balbuceó ─ ¿Elena? ¿Estás… estás embarazada?

Elena bajó la cabeza, con los labios apretados. No tenía fuerza para otro enfrentamiento.

─ Rebekah ─ advirtió Klaus, sin siquiera girarse a verla ─ no es tu asunto.

La rubia frunció el ceño, dando un par de pasos hacia ellos con gesto de incredulidad.

─ ¿Y eso qué significa exactamente? ¿Te la trajiste así, sin más? ¿Estás loco?

Klaus giró lentamente la cabeza hacia ella. Su mirada bastó para que Rebekah se detuviera en seco.

─ Dije que no es tu asunto ─ repitió con un tono más bajo, más serio.

Rebekah lo miró con los labios apretados, claramente molesta, pero no insistió. No por ahora.

Klaus volvió a centrarse en Elena y, sin soltarla del brazo, la guió hacia la entrada.

La casa los esperaba.
Oscura. Silenciosa.

Y en medio de todo… una nueva guerra estaba a punto de comenzar.

¡ 𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟑𝟑 !

¡Gracias por leer hasta el final! 💖
Primero que nada, mil disculpas por la demora en subir este capítulo. Sé que muchxs lo estaban esperando y agradezco de corazón su paciencia y el cariño con el que siguen esta historia 🥺💫

En este capítulo, Elena llegó a Nueva Orleans… obligada. Klaus reapareció en su vida, más dominante y desconfiado que nunca, y la llevó a la mansión Mikaelson. 🤰🏼🖤

¿Será este el principio del encierro emocional definitivo para Elena?

🗝️ Meta de 120 comentarios para desbloquear el siguiente capítulo. 👇✨

¡Los leo! Y como siempre… gracias por estar acá. 🖤

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