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No iba a dejar que la persona que la atacó quedara impune. Tenía que encontrarlo. No importaba cuánto me costara.

Todo se sentía más pesado... más silencioso. El aire se volvió espeso, sofocante, como si el mundo entero hubiera contenido la respiración. A lo lejos, podía escuchar a Tedros gritar mi nombre, pero su voz se fue apagando hasta desaparecer por completo. Como si la realidad hubiera quedado suspendida en una pausa interminable.

Mientras más caminaba, más se intensificaban las risas. Eran carcajadas frías, crueles, inhumanas.

—¿En serio fue tan fácil matarla?

—Te lo juro. No sabía que matar a una chica sería tan sencillo —rió él... el que lanzó esa flecha.

El corazón me golpeó con furia en el pecho. ¿Cómo podían reírse?

Una ira abrasadora me recorrió las venas. Lágrimas calientes resbalaron por mi rostro, mezclándose con el sudor y la rabia. Siempre creí que la venganza era irracional... pero en ese momento, solo deseaba verlos sufrir.

—Mira qué tenemos aquí —se burló uno de ellos, con una sonrisa cruel.

—A Aric le encantará tener la cabeza de una princesita —se mofó otro—, aunque es una lástima que no pueda ponerla junto a la de su amiga.

No les di la oportunidad de decir más. Levanté una mano y un rayo de energía rojo brotó de mis dedos, impactando en el pecho de uno de ellos. Cayó al suelo con un grito ahogado, retorciéndose de dolor.

—Te arrepentirás, princesita —gruñó el otro, desenfundando su daga.

La batalla fue feroz, un violento choque de dagas y hechizos. Mi mente operaba en un frenesí de furia y dolor. En un instante de ventaja, logré desarmarlo.

El mejor sufrimiento no siempre es físico... sino mental.

Concentré todo mi poder en un hechizo oscuro, uno que había encontrado en la sección prohibida. Sus miedos más profundos comenzaron a materializarse ante sus ojos. Sus gritos perforaron el aire, desesperados. Su mente se desmoronaba. Se llevó las manos al rostro, arañando su propia piel, hasta que la voz se le quebró y quedó en un silencioso pacífico.

El otro no tuvo mejor suerte. Su cuerpo se retorcía con espasmos de puro dolor. Un reflejo de la maldición Cruciatus lo consumía desde adentro.

Sin pensarlo, tomé la daga y empecé a acuchillarlo. Una vez. Otra. Y otra vez. Ya no contaba, ya no pensaba, solo lo hacía. Su sangre salpicó mis manos, mi rostro. El gorgoteo en su garganta se apagó cuando su boca expulsó un último hilo escarlata. Finalmente, su cuerpo se desplomó, inmóvil.

Pero yo seguía respirando entrecortadamente... mi pecho se agitaba con una extraña euforia.

¿Era alivio? ¿Satisfacción? No lo sabía. Y quizás no quería saberlo.





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Necesitaba encontrarla. Necesitaba asegurarme de que Violet estaba a salvo.

Aún había asesinos sueltos y no podía permitir que sufriera el mismo destino que Alexandra. No la perdería. No otra vez.

Los gritos rompieron el aire. Corrí sin dudarlo. Mi corazón se detuvo al llegar.

Violet estaba allí, de pie entre los cuerpos de dos secuaces de Aric, su daga aún goteaba sangre. Su vestido estaba salpicado de rojo, su respiración era errática.

—¿Violet? —susurré.

Ella se giró, su rostro pálido como un fantasma. Bajó la vista a sus manos ensangrentadas y la daga cayó de sus dedos temblorosos. Sus rodillas cedieron y se desplomó en el suelo, sollozando.

—Yo... yo hice esto... —tartamudeó, su voz apenas un murmullo.

Me acerqué con cautela, su mirada estaba perdida en un abismo de confusión y miedo.

—Ellos lo merecían... ¿verdad? Está bien...

Susurraba para sí misma, como si intentara convencerse. Me arrodillé a su lado, tomándola de los hombros con suavidad.

—Vamos con los demás. Necesitamos estar juntos.





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Nos pusimos de pie y comenzamos a caminar. Nos encontramos con Agatha, quien ayudaba a un Jackson completamente roto. Su mirada estaba vacía, su rostro reflejaba el mismo dolor que ardía en mi pecho.

—Violet... —susurró Agatha al verme cubierta de sangre.

No respondí. No podía. Un simple hechizo intentó limpiar las manchas de mi ropa, pero las marcas en mi alma eran imborrables.

El crujido de los árboles rompió el silencio. La Torre del Director se estrelló contra el suelo con un estruendo que hizo temblar la tierra. Jackson y Agatha quedaron de un lado, mientras nosotros retrocedíamos. Sophie apareció, su rostro crispado por la confusión y el miedo.

—Genial —murmuró.

Entonces, la vimos.

Evelyn Sader, sosteniendo el libro de cuentos en sus manos.

—Ahora comienza la verdadera prueba. El verdadero juicio. —Su sonrisa era un cuchillo que se hundía en lo más profundo de mi pecho.

La ira me cegó.

—¡Tú! —grité, avanzando hacia ella.

Tedros me sujetó de la cintura antes de que pudiera hacer algo más.

—Lamento lo de su amiga —dijo Evelyn con una calma repulsiva—. Fue una gran chica y una mejor espía. Una marioneta perfecta, en mi opinión.

—¿Cómo puedes decir eso? —Jackson temblaba de furia.

—No se preocupen por los niños que cuidaba. Casi todos eran hombres. No valían la pena. Lo bueno es que ahora pueden estar con ella.

El mundo se volvió un borrón de furia. Jackson se lanzó hacia ella, pero Evelyn fue más rápida. Con un simple movimiento de su mano, lo arrojó al suelo con un hechizo.

Entonces, abrió el lomo del libro. Con una uña afilada, la Decana abrió la cubierta del libro. El Cuentista quedó libre. Pronto, empezó a dibujar. Una bruja. Una demasiado familiar. Era idéntica a la en la que Sophie se transformó el año pasado. Y debajo del dibujo, una inscripción: "La vida había estado escondida todo este tiempo."

—Ven... no soy yo —balbuceó Sophie, su voz temblorosa—. Mírenme, no soy esa bruja.

El silencio cayó sobre todos como una sentencia.

—Vi, tú me crees, ¿no?

Abrí la boca, pero ningún sonido salió. Demasiadas cosas. Demasiado para procesar.

Sophie giró hacia Tedros, desesperada.

—Fui un buen amigo, ¿no es cierto?

Tedros la miró con frialdad.

—¿Un buen amigo? Un amigo no miente. El Director siempre buscó a alguien tan malvado como él... Ahora veo por qué te eligió. Siempre serás mala.

—¡No soy mala! —gritó Sophie—. ¡Por favor, Aggie!

Agatha la observó con dolor en los ojos.

—Nos mentiste todo este tiempo, Sophie. Nuestros amigos murieron. Esta pelea ya habría terminado si no fuera por tu hechizo.

—¡Intenté ser buena! ¡Por favor! ¡El Director se equivocó!

Sophie corrió hacia nosotros, pero se detuvo en seco cuando vio cómo su piel comenzaba a llenarse de verrugas.

—N-no soy yo... —susurró, aterrada—. Es la Decana...

—Yo nunca hice nada, Sophie —respondió Evelyn con calma—. No poseo ese tipo de magia.

—¡Lamento todo lo que hice! ¡Pero yo no soy esto! —sollozó Sophie.

Tedros apretó la mandíbula.

—Sophie... necesitas volver a casa. No podemos arriesgarnos a que hagas daño a nuestros amigos si te conviertes. Lo lamento...

—No, espera.

Todos se giraron hacia mí. Tedros me miró perplejo.

—Violet... —susurró.

—¡NO! ¡Tienen que creerme!

No respondí. Solo miré a Tedros, quien con suavidad limpió las lágrimas que caían por mi rostro.

—¡NO!

Le di una última mirada a Sophie. Su calva verrugosa volvió a aparecer. Su rostro estaba cambiando, deformándose en la bruja que tanto temía.

—Violet, ahora —indicó Tedros.

Sophie me miró con desesperación.

—¡Violet, no quiero ser como ella! ¡No quiero terminar como mi madre! ¡Por favor!

Un nudo se formó en mi garganta.

—Lo siento, Sophie...

Por una decisión equivocada, todo esto había sucedido. No podía seguir creyendo en alguien que había mentido. Estaba confundida, pero ahora lo entendía: esto comenzó porque no tomé la decisión correcta cuando debía hacerlo. No cometería el mismo error otra vez.

—No...

Tedros me tomó la mano con suavidad.

—Estaremos juntos, siempre.

—Siempre.

Me levantó el mentón y me besó. Por un instante, todo desapareció. Solo existíamos nosotros. El mundo se detuvo. Y, por primera vez en mucho tiempo, sentí esperanza.

Nos abrazamos con fuerza. Habíamos encontrado nuestro Felices para Siempre.

Cuando miramos la parte final del cuento, supimos que no todo había terminado.

FI...

Pero Evelyn Sader no había terminado su historia.

Su dedo, herido y sangrante, descansaba debajo de la pluma.

Miramos a Sophie. Ya no había verrugas. Su piel volvía a ser la de siempre.

Evelyn sonrió.

—Algunos podrían juzgar que una Decana imponga los síntomas de una bruja a su alumna. Pero... adoro los finales felices. Aunque, claro, esta historia aún no llega a su fin, ¿no es cierto?

—Entregue la pluma —advirtió Jackson, con la mano en la empuñadura de su espada.

Dimos un paso al frente, listos para acabar con esto, pero Evelyn susurró un hechizo y, en un parpadeo, las raíces de los árboles se alzaron, atrapándonos a todos.

—¿Qué carajo está—?

Una enredadera cubrió la boca de Jackson, sofocando sus palabras. Tedros sufrió el mismo destino.

Evelyn se paseó frente a nosotros con una sonrisa burlona.

—¿De verdad pensaron que el deseo que escuché fue el de ustedes dos?

—Espera, ¿qué? —farfulló Sophie.

—Tú también deseaste algo, querida.

Sophie se quedó en silencio.

—¿Mi madre? Pero... es imposible traerla de vuelta.

—Ah, pero este es tu cuento, Sophie. Aquí, los deseos se hacen realidad.

—¡Sophie, ella te está manipulando! —grité, luchando contra las enredaderas.

—¡Sophie, no! —insistió Agatha.

Pero Sophie ya no nos escuchaba.

—¿Qué debo hacer?

Evelyn sonrió con satisfacción.

—Solo sé fiel a tu deseo. Tienes que estar dispuesta a pagar cualquier precio.

—¿Cualquiera?

—Ellas te traicionaron. Besaron a sus príncipes. Ya no tienes a nadie, Sophie. No tienes casa, no tienes amigas, no tienes familia. ¿No pagarías cualquier precio por ver a la única persona que realmente te amó?

Sophie tembló.

—¿Es en serio?

—Por supuesto, querida.

Intenté invocar una daga, pero la mía estaba demasiado lejos...

—¿Qué tengo que hacer?

—Solo di tu deseo en voz alta.

Sophie cerró los ojos.

—Haré cualquier cosa por volver a ver a mi madre.

—¡SOPHIE, NO!

Demasiado tarde.

Una espuma azul comenzó a materializarse, tomando forma...

—¿Madre... eres tú?

El espectro extendió los brazos.

—Bésame, Sophie. Ese es el único precio que pido.

Gritamos, suplicamos, pero ella no nos escuchó.

Sophie besó el espectro.

Y entonces, todo cambió.

El fantasma se marchitó en sus brazos. Sus ojos se abrieron con horror cuando el cadáver sin vida cayó al suelo... y comenzó a cambiar.

No. No podía ser. No él. El miedo se apoderó de mi pecho. Tedros me miró con pánico.

Rafal había regresado.

Él sonrió, acariciando la mejilla de Sophie.

—Todo esto... —susurró—. Lo hice por ti. Serás mía.

—¡Todavía no es el final! —gritó Agatha.

Pero Sophie no se resistió cuando Rafal la atrajo hacia sí. Evelyn dio un paso adelante, ansiosa.

—Maestro, hice todo lo que pidió.

Rafal le dedicó una mirada indiferente.

—Lo sé.

Evelyn sonrió... hasta que sus ojos se abrieron de golpe.

Su piel se volvió más pálida. Su cuerpo se desplomó. Miles de mariposas rojas muertas se esparcieron en el suelo.

Y entonces, la pluma empezó a escribir.

—Uno... —susurró Rafal con una sonrisa.

Las escuelas se volvieron negras, podridas.

—Dos...

El cielo se tiñó de gris. Las plantas murieron.

—Tres.

Mi cuerpo comenzó a brillar, igual que el de Agatha.

Jackson intentó acercarse, pero su estómago se manchó de rojo. Rafal lo había apuñalado.

—¡NO! —gritó Agatha, sosteniéndolo con desesperación.

Tedros intentó luchar, pero Rafal lo hirió con cada golpe.

—¡Sophie! ¡Detén esto!

Pero Sophie solo murmuró:

—Él me eligió a mí, Violet.

Me estremecí.

Rafal sonrió.

—Y creo que le debemos un favor a tu querida amiga.

No.

Él levantó la espada de Tedros.

No.

—Muy poético —susurró—. Morir por la espada de tu padre.

La bajó. Y en el último instante, todo desapareció.

Nuestros deseos se hicieron realidad. Pero... ¿a qué costo? 













































































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Holi, ¿Cómo están?

Llegamos al final del segundo libro :D

Espero que les haya gustado la continuación de este bonita historia <33

No se si muy pronto actualice con el tercer libro ya que cambiare MUCHAS cosas y también últimamente he estado un poco ocupada. Sin embargo, esta historia aun no termina...

Les quiero agradecer todo su apoyo y por seguir leyendo Purple Heart

No se olviden de comentar, votar y tomar agua <333

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