"¿Recuerdas cuando eramos dos adolescentes despreocupadas viviendo la vida sin límites?"

"..."

"Ahora que no estas, no puedo dejar de pensar en esos tiempos... cuando en lo único en lo que pensábamos era en tener cuidado de que tu madre no descubra nuestra relación"

"..."

"Luego de que se entero y nos aceptara, nuestra máxima preocupación paso a ser que tu abuela no me haga pescado frito. Fue realmente divertido esos tiempos, cuando luchabamos contra todo por defender nuestro amor..."

"..."

"Es una lástima, las sirenas no envejecen. Pero los krakens viven, fuertes y poderosos. Hasta que un día, ya no existen más"

Antes de irse, Chelsea dejo un pequeño pero hermoso ramo de flores violetas en la tumba de su ya fallecida esposa, Ruby Gillman.

Lentamente, pequeñas y desgarradoras lágrimas bajaron por su rostro, como dulces y cálidas emociones que la marcaban como una alma en pena, que sufria todos los días por su luto.

"Me gusta creer que tu estas aqui, justo a mi lado, abrazandome para intentar que mi llanto no sea tan desgarrador... haciendo todo para que deje de llorar y pueda volver a sonreir como lo hacia cuando estábamos juntas..."

Chelsea forzó una sonrisa, mientras en su cabeza un sin fin de pensamientos pasaban como ilusiones y trampas para su perdición.

"Puede que sea absurdo creer eso... pero... es un lindo pensamiento... ¿no?"

Como era de esperarse, no recibió ninguna respuesta.

Mientras su llanto lentamente terminaba, ella tomo lo que cubría su cuerpo y abrigo su alma. Intentando que sus sentimientos no la terminen haciendo que cometa una locura.

Con una expresión vacía en sus ojos, sus mejillas se sonrojaron mientras lentamente, ella abandonaba el lugar donde enterraron el cuerpo de su amada.

"Feliz cumpleaños, Rubybuby..."

Fue lo último que dijo, esa fue su despedida.

Su última despedida.

Porque pronto se volverían a ver.